Cursus de la BOL Bilbao. Los Oscuros Poderes del Superyó

Tomo este título de un texto de Lacan publicado en 1947, se trata de La psiquiatría inglesa y la guerra. Texto que es la reescritura de una conferencia que el propio Lacan realizó tras su visita a Londres, en septiembre de 1945, al Hospital militar de Northfield.

Allí dos conocidos psicoanalistas, John Rickmann, que dirigía el hospital, y Wilferd Bion, estaban trabajando juntos con excombatientes de la Segunda guerra mundial afectados de neurosis de guerra.

La experiencia que ambos psicoanalistas desarrollaban se basaba en el uso del pequeño grupo, sin líder, sin jefatura, lo que permitía apoyar la relación horizontal entre sus participantes a la hora de conseguir realizar una determinada tarea.

Fue una experiencia que le sirvió a Lacan para releer el texto freudiano de “Psicología de las masas y análisis del yo”1así como extraer determinadas consecuencias del hecho de la guerra.

A este respecto, señala en el texto la presencia de una gran docilidad en el hombre moderno que le lleva a abrazar las ideologías de la nada, docilidad de donde “vendrán los peligros del porvenir humano2en la medida en que “los oscuros poderes del superyó se coaligan con los más cobardes abandonos de la conciencia para llevar a los hombres a una muerte aceptada por las causas menos humanas3. Ahí encontramos mi título, “Los oscuros poderes del superyó”, poderes que como se señala se coaligan con los más cobardes abandonos de la conciencia. Es una lectura tanto del horror del nazismo como de lo que liga a los grupos humanos tras la figura del líder. En los años 70, en su seminario De un discurso que no fuera del semblante4, actualizará esta docilidad al analizar, a través del ejemplo de Hitler, cómo la identificación al líder se realiza a través del objeto plus-de-gozar, identificación en la que cada participante querrá tener su pedacito.

Retrospectivamente sabemos que esta visita tuvo importantes consecuencias, pues años más tarde, en 1964, Lacan funda su escuela retomando y reformulando el funcionamiento de los pequeños grupos de Northfield como instrumento para llevar a cabo la tarea de su escuela y tratar los fenómenos de grupo. Lo denominó cartel.

Asimismo propuso para su escuela el constituirse como base de operaciones contra el malestar en la civilización, propuesta vigente en nuestros días. Se considera a la escuela como un medio del psicoanálisis a la hora de enfrentarse y vencer a tales oscuros poderes del superyó y a su conjunción con la docilidad del sujeto contemporáneo, ya que esto da cuenta de la presencia de la pulsión de muerte que Freud constato en el corazón de la civilización.

Para la escansión de hoy el programa nos propone un comentario del texto de Lacan “Kant con Sade”5, escrito en 1962 como prefacio a la edición en francés de La filosofía en el tocador6, publicado finalmente en 1963 en otro lugar. Es un escrito que recoge muchas de las consideraciones que Lacan había ya realizado en su seminario La Ética del Psicoanálisis7. La tesis de Lacan es sencilla: la verdad de Kant, del imperativo categórico kantiano, está en Sade.

Antecediendo a Lacan, algunos autores ya habían apuntado a este hermanamiento. Seguramente fue Freud el primero, al menos para nosotros, quien en su escrito “El problema económico del masoquismo”8 señala: “Ahora el superyó, la conciencia moral […] puede volverse duro, cruel, despiadado hacia el yo a quien tutela. De ese modo, el imperativo categórico de Kant es la herencia directa del complejo de Edipo”, y unas líneas más adelante habla de un “superyó sádico”. Así pues, para Freud el superyó mostraba la relación entre Kant y Sade. Sin duda, Lacan tomó esta orientación.

Otro antecedente lo tenemos en Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, en su obra Dialéctica de la Ilustración9, publicada en 1944, en la que señalan al totalitarismo, a la experiencia nazi, como un fracaso de la propia Ilustración. Ponen el acento en el lado oscuro de la Ilustración, criticando el uso de la razón sin límites. No sé si Lacan la tuvo en consideración.

Las referencias que Lacan nos da, son dos: Maurice Blanchot con Lautreámont y Sade10lo cita en La Ética, y Pierre Klossowski con Sade mi prójimo11–citado en “Kant con Sade”.

Lo que a ambos autores les interesa es la apatía que caracteriza a la acción del sádico, la ausencia de pasiones y de deseo, un “éxtasis del pensamiento […] opuesto a su análogo funcional: el orgasmo12. Éxtasis que a su vez “no puede ser expresado por el lenguaje13.

A Lacan le interesa este punto de la apatía, le permite establecer el lazo con Kant. Se trata en el escrito que hoy nos ocupa de una lectura del imperativo categórico kantiano desde la obra del Marqués de Sade, imperativo kantiano que se formula del siguiente modo: “Haz de modo tal que la máxima de tu acción puede ser considerada como una máxima universal”14.

Ocho años separan la publicación de la obra de ambos autores, la Critica de la razón práctica15lo hace en 1788, y La filosofía en el tocador en 1796. Ambas suponen una ruptura respecto de la ética tradicional basada en el bienestar, la felicidad y los medios para conseguirla.

Ambas abrirán el camino a Freud, para quien el placer dejará de ser el principio rector del funcionamiento psíquico, ya que la búsqueda de la satisfacción llevará al placer a un más allá, siendo el superyó una de sus caras. Es lo que ejemplifica con su concepción de la compulsión de destino, con los casos de los que fracasan cuando triunfan o los que delinquen a causa de un previo sentimiento inconsciente de culpa.

Asimismo, es preciso resaltar cómo para Lacan tal ruptura se apoyó en el triunfo del modelo científico en tanto que rectificó la posición de la ética16. Lacan considera que la física newtoniana obliga a Kant a revisar la función de la razón y a formular su imperativo categórico. En este punto sigue las enseñanzas de Alexandre Koyré quien observó que la ruptura de la modernidad se apoyó en la revolución científica y en el triunfo del modelo lógico-matemático. A partir de Galileo se produjo un cambio en el que el mundo es explicado por las matemáticas y no por los fenómenos17, no por los datos de los sentidos, ni por el mundo de la experiencia cotidiana, sino por la coherencia lógica de los enunciados que lo describen. Se trata de un cambio de paradigma en el que la ciencia trata de explicar lo real por lo imposible.

Kant con su ética seguirá este camino abierto por la ciencia, buscará normas para la acción que sean válidas en todas las situaciones, apuntando a algo invariable, a algo del orden de lo real. Kant aspirará con su imperativo categórico a tener “la misma certeza absoluta que tiene una fórmula matemática18.

En su comentario, Lacan destaca la universalidad lógica del imperativo, ya que como toda fórmula matemática requiere poder ser aplicada en todas las situaciones. Como señala en “Kant con Sade”, el imperativo categórico “no quiere decir que se imponga a todos, sino que valga para todos los casos, o mejor dicho, que no valga en ningún caso si no vale en todo caso19. No se trata de la opinión general, sino de lo que es moral en sí mismo, válido absolutamente para todos los casos.

En este punto, Sade ejemplificará la máxima kantiana. En La filosofía en el tocador el divino marqués alentará a tomar como máxima universal de la acción el derecho a usar sin ningún límite el cuerpo del otro en propio beneficio. Lacan lo formula del siguiente modo: “Tengo derecho a disfrutar de tu cuerpo, […] y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él”20.

Máxima sadiana que se ejecuta libre de todo “elemento sentimental21, ejemplificando por lo tanto lo que sería una de las realizaciones de la ley moral kantiana. Señalemos que lo que da la clave de esta proximidad entre ambos autores es el hecho de que tanto la ley moral como la máxima sadiana han de aplicarse libre de todo elemento sentimental.

Kant establece en el marco de su ética una separación entre lo que denomina el bien (das Gutte) y el bienestar (Wohl). El bienestar, Whol, es todo lo que nos aproxima al sentirse bien, a la consecución de la felicidad, lo placentero. El bien, das Gutte, es el bien en tanto que objeto de la ley moral, hacer el bien. Nuestra acción se considera ética en tanto que no se ve guiada por el bienestar propio, por los objetos que nos generan satisfacción y bienestar. Pues se trata de una ley que ha de cumplirse por sí misma, y no por cualquier otro tipo de finalidad. Hay por tanto, en Kant, la necesidad de suprimir los objetos del bienestar, los sentimientos, suprimir el objeto patológico. Se sustituye el deseo, los objetos del deseo, por el deber. La ley es incondicional

Esta incondicionalidad de una ley despojada de todo sentimiento, que anula el deseo, es lo que, como vimos al comienzo, Freud denomina superyó en tanto que exigencia que ha de cumplirse sin ningún tipo de pretexto. Es lo que hace del superyó una exigencia feroz e imposible de cumplir.

Kant solo admite un sentimiento en el cumplimiento del deber, y es el dolor. Lacan lo menciona en su seminario La Ética citando a Kant: “En consecuencia, podemos ver a priori que la ley moral como principio de la determinación de la voluntad, perjudica por ello mismo todas nuestras inclinaciones y debe producir un sentimiento que puede ser llamado de dolor. Y es éste el primero, y quizás el único caso, en que nos esté permitido determinar […] la relación de un conocimiento, que surge así de la razón pura práctica, con el sentimiento del placer o de la pena22.

Lacan subrayará: “Kant es de la opinión de Sade”, en la medida en que éste último muestra en el horizonte de su acción “esencialmente el dolor. El dolor del prójimo y también el propio dolor del sujeto, pues en este caso no son más que una única y misma cosa23. Entonces, tanto Kant como Sade apuntan a franquear el límite del dolor para llevar al sujeto a un más allá del placer, en donde impera la pulsión de muerte. Es lo que conocemos como el campo del goce.

Se trata de una ferocidad que no está reñida con la apatía, sino que más bien se requieren mutuamente. Sade muestra muy bien la exigencia de despojarse de toda consideración de uno mismo y del otro. Como señala Klossowski a propósito de Sade: “[…] el colmo de esta exaltación debía hallarse en la apatía, en que el yo se anula al mismo tiempo que el otro, en que el goce se disocia de la destrucción, en que por fin, la destrucción se identifica con la pureza del deseo24.

Podemos decir que toda la operación de Lacan en su escrito “Kant con Sade” consiste en mostrar, no sin cierto humor negro, que el deber kantiano es sustituido por la voluntad de goce sadiana, lo que permite concebir la instancia del superyó como la instancia que oprime al sujeto en su deseo sometiéndole a un imperativo, a un deber que anula su singularidad y que tiene como soporte un objeto: la voz, la voz de la conciencia moral, voz estentórea y feroz que ordena gozar. El superyó separa, abre la distancia entre deseo y goce, los desarticula, poniendo la voluntad de goce en el lugar del deseo.

Lacan piensa el superyó de distinto modo que Freud. Para Freud se trata de una instancia, heredera del amor al padre y del complejo de Edipo, que exige la renuncia, la renuncia a la pulsión, exigencia imposible de colmar y en la que, paradójicamente, la pulsión encuentra cierta satisfacción. Tiene una lógica consistente, la renuncia para no perder el amor al padre, a la autoridad, no elimina el deseo prohibido que persiste.

Para Lacan, la exigencia del superyó no se apoya en el padre, sino en un objeto, el objeto voz; tampoco exige la renuncia, al contrario lo que exige es el ¡goza!, de un modo también imposible de colmar.

Podemos destacar entonces un elemento común tanto para Lacan como para Freud, y es el de concebir al superyó como una exigencia implacable e insaciable. ¿Cómo entender tal exigencia? Sin duda, lo que ella evidencia es la naturaleza pulsional del superyó, la exigencia de la pulsión en sí misma que empuja hacia la satisfacción más allá del bienestar y del deseo del propio sujeto.

Exigencia imposible de colmar en la medida en que la pulsión no logra alcanzar nunca el objeto que posibilita su satisfacción, no lo agota, al contrario, lo contornea, marca un vacío en torno de él que hace que lo encontrado no sea igual a lo esperado, y que la constituye como un empuje constante.

Y es esta perspectiva del empuje la que nos permite ubicar el modo en el que el superyó se presenta en nuestra contemporaneidad. Comentaré para finalizar unas pocas notas al respecto.

El filósofo Byung-Chul Han en su artículo “Capitalismo y pulsión de muerte”25en el que toma como referencia un libro publicado en francés con el mismo título por Maris y Dostaler en 2010, se pregunta cómo pensar la relación entre capitalismo y pulsión de muerte, y si esta última noción tal y como Freud la pensó es suficiente para entender la contemporaneidad. Su tesis es que el capitalismo niega la muerte, sostiene la “ambición de una vida sin muerte26. Ambición que hace que “todo se reduce a la fórmula del consumo y del disfrute. Negatividades como el dolor son eliminadas a favor de la positividad de la satisfacción de necesidades27. Bosqueja así un cierto panorama del superyó contemporáneo como empuje al goce, es lo que llama positividad de la satisfacción de necesidades, no exento de matices sadianos: “El otro se degrada a objeto sexual, con el que el sujeto narcisista satisface sus necesidades. El otro, al que se ha privado de su alteridad, ya sólo se puede consumir28.

¿Cómo entender, desde el psicoanálisis, esta negación de la muerte? ¿Cómo entender la muerte más allá del hecho biológico y de sabernos mortales? Lacan pensó al sujeto en tanto que mortificado por el significante, es decir, que la incorporación del lenguaje supone una falta en ser para el sujeto, y una falla en el goce. La entrada en el lenguaje supone entonces una pérdida de vida, el objeto perdido del que nos hablaba Freud y al que los objetos vendrán a representar, es lo que Lacan teorizó como objeto a. Dicho objeto en la medida en que se articula en el significante introduce un vacío respecto del sujeto que permite articular el deseo con el goce, el deseo con la satisfacción pulsional.

Nuestra época no posibilita tal articulación. Lo ilustra la producción, proliferación y el consumo de los objetos de la ciencia, objetos en los que para Lacan sopla el viento del superyó pues no son objetos hechos para causar el deseo, sino para recuperar la falla en el goce, el goce perdido por estructura, taponando la pregunta por el deseo. Operan anulando el vacío entre sujeto y objeto, lo que va en detrimento del deseo y en favor de la circularidad del superyó en tanto que imperativo de goce. Funcionan de un modo metonímico, sin detención, como plus-de-goce.

El malestar de nuestra época no da cuenta de una pregunta sobre el deseo, sino de la angustia y de la satisfacción en exceso, malestar que deja al sujeto “inerme y perplejo frente a la angustia de una satisfacción que no encuentra límite29.

Julio González, miembro de la ELP en la Sede de Bilbao.

 

Notas:

  1. Freud, Sigmund. “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921). Amorrortu, Buenos Aires, 1976.

  2. Lacan, Jacques. “La psiquiatría inglesa y la guerra”. Otros escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 131.

  3. Ibid.

  4. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 18, De un discurso que no fuera del semblante. Paidós, Buenos Aires, 2009, p. 29.

  5. Lacan, Jacques. “Kant con Sade”. Escritos 2. Siglo XXI ed., México, 2003.

  6. Marqués de Sade. La filosofía en el tocador. Valdemar, Madrid, 1998.

  7. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7. La ética del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1997.

  8. Freud, Sigmund. “El problema económico del masoquismo” (1924), Obras Completas. Vol. XIX. Amorrortu, p. 173.

  9. Adorno, Th. W., y Horkheimer, M. Dialéctica de la Ilustración. Trotta, Madrid, 1998.

  10. Blanchot, Maurice. Lautreámont y Sade. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2014.

  11. Klossowski, Pierre. Sade mi prójimo. Precedida por “El filósofo malvado”. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1970.

  12. Ibid., p. 37.

  13. Ibid., p. 45.

  14. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7. La ÉticaOp. cit., p. 95.

  15. Kant, Immanuel. Crítica de la razón práctica. Losada, Buenos Aires, 2008.

  16. Cf. Lacan, Jacques. “Kant con Sade”. Op. cit., p. 744.

  17. Cf. Koyré, Alexandre. Estudios Galileanos. Siglo XXI, Madrid, 1980.

  18. Francisco Conde Soto (2017). “El ‘Kant con Sade’ de Jacques Lacan: renuncia al deseo y sadismo en el imperativo categórico kantiano”, en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 34 (2), pp. 469-485. 

  19. Lacan, Jacques. ”Kant con Sade”. Op. cit., p. 746.

  20. Ibid., pp. 747-8.

  21. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7, La ÉticaOp. cit., p. 98.

  22. Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 7, La ÉticaOp. cit., p. 99.

  23. Ibid., pp. 99-100.

  24. Klossowski, Pierre. Sade mi prójimo. Precedida por El filósofo malvado. Op. cit., p. 104.

  25. Byung-Chul, Han. Capitalismo y pulsión de muerte. Herder, Barcelona, 2022.

  26. Ibid. p. 22.

  27. Ibid. p. 27.

  28. Ibid.

  29. Zawady, M. D. “La loca astucia de la voz del superyó en el imperativo capitalista del consumo”, Desde El jardín de Freud, nº 8. Bogotá 2008, p. 148.