Hacia PIPOL 11. Clínica y crítica del Patriarcado

Trabajo del texto de Miller “Comentario al Seminario Inexistente” Los Nombres del Padre

Toda la primera parte de este tercer apartado de Los Nombres del Padre, que puede resultar un poco confusa, aborda una cuestión absolutamente crucial para el psicoanálisis. Y es la diferencia entre lo universal y lo particular, entre el ser y la existencia. Es algo esencial porque el psicoanálisis proclama la diferencia absoluta de cada uno y entiende a cada ser humano como único. Miller va a mencionar diferentes perspectivas, tanto filosóficas como teológicas, que confunden ambas vertientes. Para entender qué hace aquí la teología, hay que recordar que, en el primer apartado, Miller nos recuerda que cada vez que Lacan alude al NP alude a la tradición religiosa que soporta, en la que Dios es el Padre por antonomasia. O sea, que el NP soporta toda la tradición religiosa. Comienza por decir que la dialéctica de la filosofía hegeliana, que defiende que puede pasarse de lo universal a lo particular, es falsa. La debilidad intrínseca de la fórmula lógica del universal, para todo x fi de x, reside en que no dice nada de la existencia. Pone como ejemplo al unicornio. Aunque en el registro universal pueda ser verdadera la proposición “todos los unicornios tienen un cuerno”, el unicornio no existe, no tiene existencia. Es decir, del concepto universal de unicornio no podemos deducir su existencia. Recuerda que ya Kierkegaard objetó todo universal enarbolando la experiencia inigualable de la angustia de cada cual, en la medida en que mi angustia no es la angustia de mi vecino, es decir, la angustia no es universalizable.

Miller nos dice que tanto la dialéctica hegeliana (síntesis del universal y el particular), como el cogito cartesiano “Pienso luego soy” hacen pensar que se puede pasar del concepto a la existencia. De la misma manera, el “causa sui” referido a Dios, y el argumento ontológico de San Anselmo tienen la misma estructura, a saber, que a partir del concepto de Dios, de la esencia de D, se puede deducir su existencia. Lacan en cambio dice que las pruebas de la existencia de Dios matan a Dios porque lo reducen a una consecuencia, mientras que no matar a Dios es saber que Dios existe si uno lo ama, es decir, que en primer lugar está la creencia, la fe. Se detiene en el argumento ontológico de San Anselmo: 1/ que para todas las cosas del mundo se puede pensar siempre que hay algo más grande, y 2/ que hay una cosa tal que no se puede pensar algo más grande. Estamos en la lógica del todo y la excepción que impone la sexuación macho. San Anselmo propone que de esa fórmula se deduce que algo existe realmente. Miller lee el argumento como la constatación de una imposibilidad, Dios como la imposibilidad de pensar algo más grande, lo que, nos dice, convierte a Dios no en existencia sino en real, por definición irrepresentable, desde esa definición lacaniana de “lo real es lo imposible”, es decir, es a partir de lo imposible que se plantea lo real.

Miller diferencia también el dios de los filósofos y los sabios, el dios del Nuevo Testamento, que ha construido una versión de dios como padre pacífico, protector, benefactor que ama a los hombres, del dios de Abraham, Isaac y Jacob, el dios del Viejo Testamento, que exige a Abraham que sacrifique a su hijo, es decir, un dios con un deseo, un dios que goza, un dios que no se atiene a razón alguna. No entonces un dios simbólico sino un dios real El dios del que se trata es “a” y tiene el estatuto de un real sin concepto. Miller nos dice que Lacan, cada vez que comenta el cogito cartesiano o la causa sui etc., restablece el objeto pequeño “a” como letra de goce. Es decir, Dios como “a” y no como Otro.

La segunda parte de este tercer apartado gira en torno al tema “padre y goce”. Miller nos dice que, tras haber realizado esa extraordinaria conjunción del complejo de Edipo, la castración, y Tótem y Tabú en la metáfora paterna, Lacan separa el complejo de Edipo y la castración. Qué quiere decir ésto? Que el padre ya no sería el agente de la castración. Ya hemos visto que la metáfora paterna produce la castración, es decir, el falo. Decir falo es decir castración porque, si no hay metáfora paterna, no hay significación fálica. Pero, a partir de este momento, Lacan concibe el complejo de Edipo como un mito (en el seminario 17 dirá “como un sueño”, el sueño de Freud) a través del cual Freud trató de explicar la castración, la pérdida del goce, ya que la castración no es un mito. El mito de Edipo no es más que una manera de explicar por qué el goce está roto, y cuenta que fue por culpa de una prohibición.

Lacan proporcionó distintas respuestas a esta pérdida de goce. Explicó que es el placer mismo el que pone un límite al goce en la medida en que hay una homeostasis corporal que impide al goce ir más allá de cierto punto a partir del cual se desemboca en el dolor. Pero no es suficiente decir que es el placer el que pone límite al goce, sino que es el lenguaje mismo el que tiene ese efecto de mortificación sobre el cuerpo, efecto de anulación del goce. Es el lenguaje, la estructura significante. la que produce la castración.

El NP entonces no designa más que el poder de la palabra, de manera que los NP son todos mitos de la pérdida de goce. Cuentan que hay alguien que roba el goce. Los NP son cuentos que tratan de explicar la transferencia de goce hacia el Otro. Por eso Lacan dice que quizás el más fundamental de los NP pueda ser el de la Diosa Madre, de los cultos anteriores al culto del NP, y que el culto al NP judio ha reprimido. Quizás el más fundamental de los NP sea el nombre de la Madre.

Esto introduce la logificación del NP en el S1, el significante amo, heredero del y de los NP, pero resumido, desecado, como una pura función lógica desnudada de toda connotación mítica.

Así Lacan da cuenta de cómo la libido ha sido evacuada del cuerpo, pero quedándose en “a”. De modo que se puede decir que el “a” designa lo que resiste a la operación universalizante del NP y que, en ese sentido, el NP oculta al “a”. El NP mismo es el velo que cubre la pérdida del goce y el resto de goce que resiste a esa operación universalizante.

Luis Fermín Orueta, miembro de la ELP en la Sede de Bilbao.