Seminario de lectura CTLA
Vista desde la salida

Vista desde la salida

Se trata de una intervención de Jacques-Alin Miller en Marsella, en mayo de 1989, con ocasión de unas Jornadas de la ECF sobre la entrada en análisis, y publicada ese mismo año en la Actes de la ECF.

Miller plantea la pregunta que centra las Jornadas: ” Vista desde la salida ¿qué es la entrada en análisis?”. Y de forma divertida observa que un análisis está hecho de entradas y salidas al consultorio del analista. Es el ritmo de la experiencia. Pero no es lo mismo, subraya, entrar en el consultorio del analista que entrar en análisis. Por supuesto es el analista quien debe decidir la entrada en análisis. El analista decide la entrada, pero a condición de haber sido investido simbólicamente con el estatuto de analista por el paciente, futuro analizante. La entrada en análisis, como escansión, marcada o no por el paso al diván, es una interpretación.

Ahora bien, la entrada en análisis propiamente dicha solo es concebible a partir de una investidura libidinal, un plus libidinal, sobre el analista. Con la noción de líbido Freud concibe una energía constante, homogénea, que se distribuye entre los objetos de interés subjetivo, postulando que todo lo que moviliza nuestra atención, todo aquello de lo que hacemos nuestro asunto, lo que nos hace esforzarnos, incluso aquello que evitamos todo eso es calculable en términos de un más o menos de líbido, sea como incremento o disminución de la asignación libidinal (catexia libidinal en términos freudianos).

El ser del analista está hecho de la misma libido del paciente, libido que el paciente asigna (en el sentido económico de inversión, asignación), transfiere sobre el analista. El analista es como una concreción libidinal del paciente. Y podemos ver los desplazamientos a lo largo del análisis de esta concreción libidinal que Lacan llamó objeto a.

Aquello que de la libido se cede al analista vuelve al sujeto, es decir, hay motivos para considerar un análisis desde el punto de vista de la satisfacción que procura, y que el sujeto encuentra allí. La satisfacción en el análisis es inicialmente una satisfacción narcisista. La investidura idealizante del analista es correlativa de una renarcisización del paciente, pudiéndose observar casos de curación rápida, incluso instantánea, en una sesión o dos. El caso de Gustav Mahler paseando una sola tarde con Freud es unejemplo muy conocido.

Se observa también en el momento de la entrada que se constituye una transferencia anaclítica, que como toda elección de objeto está basada en la repetición, propiamente transferencia en el sentido de Freud. La entrada en análisis a partir de la teoría freudiana puede ser concebida como el estado de enamoramiento e identificación: el analista investido a partir del Ideal, el analista idealizado, permite un ajuste correlativo de la imagen de sí. Si extendemos estas consideraciones al final del análisis se concluye con la identificación al analista. Para nosotros, siguiendo a Lacan, se trata de otra cosa.

Hablar de entrada al análisis a partir de la identificación es recordar que si la misma implica una transferencia de la líbido del síntoma al analista también implica una transferencia al yo (moi). Hay una paradoja en el hecho de que el análisis como proceso de saber comience en forma de un “no quiero saber nada de eso”. Vemos aquí la función del yo como desconocimiento, que indicaba Lacan. La transferencia que marca esta entrada no conduce al trabajo. Por el contrario, tal como el amor, presenta una cara de resistencia, resistencia que se manifiesta como un cierre del inconsciente.

Por eso, y siguiendo a Lacan, es necesario otro concepto de transferencia que complete y corrija la definición freudiana de repetición (que lleva a considerar la transferencia como cierre del inconsciente). Para Lacan, bajo la expresión de “sujeto supuesto saber” la transferencia califica, por el contrario, la apertura del inconsciente.

La cuestión de cómo se producen esos efectos de traslado de líbido sobre el analista Miller la reconduce al contrato freudiano de la regla fundamental: decir todo del lado del paciente, abstenerse de decir del lado del analista. Vemos aquí la afinidad entre esa líbido y la palabra, el significante. Esos desplazamientos se producen con el artificio de la palabra. Se trata, dice Miller, de lo que Lacan llama el goce, es decir, la líbido en tanto tiene afinidades con la palabra.

Pero, vista desde la salida la entrada en análisis, también podemos observar el final de análisis. Y Miller hace una alegoría de este a partir del fenómeno de la anamorfosis.

Para ello se basa en una referencia de Lacan en el Seminario XI. Se trata del cuadro Los embajadores, de Holbein. Lacan se refiere al él diciendo:” Porque el secreto de este cuadro, del que les he explicado las resonancias, los parentescos con los vanitas de este cuadro, fascinante por presentar, entre los dos personajes engalanados y fijos todo lo que recuerda, en la perspectiva de la época, a la fatuidad de las artes y las ciencias. El secreteo pues de este cuadro se desvela en el momento en que, alejándonos lentamente de él, poco a poco, hacia la izquierda, y después volvernos (darnos la vuelta), vemos qué significa el mágico objeto flotante. Refleja nuestra propia nulidad en la figura de la calavera de un muerto. Uso, pues, de la dimensión geométrica de la visión para atrapar al sujeto, insinuación evidente del deseo que, por tanto, permanece enigmático”.

El cuadro Los embajadores (el cuadro se llama en realidad Jean de Dinteville y Georges de Selve, que son los personajes que aparecen representados) es una pintura de Hans Holbein El Joven, realizada en el año 1533 y que actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres. Es una de las obras maestras del pintor y de la pintura en general. Holbein es conocido sobre todo como uno de los maestros del retrato del siglo XVI. Es el autor de un famoso retrato de Enrique VIII, y se dice que también otro de Ana Bolena, que no se ha conservado, además de varios retratos muy conocidos de Erasmo de Roterdam. Triplemente importante por sus resonancias históricas, por su riqueza simbólica y por su excelencia plástica, el cuadro Los embajadores incluye un raro objeto en primer plano que fue algo misterioso durante mucho tiempo.

Fue en el siglo XX cuando un historiador del arte, Jurgis Baltrusaitis, descubrió que esta forma que ocupa el primer plano de la pintura es lo que frecuentemente se llama hueso de sepia, siendo de hecho una anamorfosis de un cráneo humano: esta pintura es una vanidad.

La vanitas es un género artístico que resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos. Se considera un subgénero del bodegón o naturaleza muerta, por lo general de alto valor simbólico y alegórico. Vanitas, término latino que significa vanidad (de vanus, vacío), entendida no como soberbia u orgullosino en el sentido de futilidad, insignificancia, fragilidad de la vida, brevedad de la existencia. Su nombre y concepción se relacionan con un pasaje del Eclesiastés(EC1,2): Vanitas vanitatum et Omnia vanitas (vanidad de vanidades, todo es vanidad). El mensaje que pretende transmitir es la futilidad de los placeres mundanos frente a la certeza de la muerte, animando a la adopción de un punto de vista estoico sobre la vida.

Por su parte una anamorfosis es una deformación reversible de una imagen producida mediante un procedimiento óptico (por ejemplo, utilizando un espejo curvo) o a través de un procedimiento matemático.

Se trata de un efecto de perspectiva utilizado en arte para forzar al observador a un determinado punto de vista preestablecido o privilegiado, desde el que el elemento cobra una forma proporcionada y clara.

JAM recuerda el uso geométrico de la anamorfosis a los fines de lo que Baltasar Gracián llamaba el desengaño. Y hace de la revelación anamórfica del cuadro Los embajadores una alegoría del final de análisis, insistiendo en el hecho de que solo se produce “… a quien se voltea(se da la vuelta) al partir”. Desde este punto se puede ver por fin la figura de lo que hasta entonces había permanecido velado. Y señala que consu Proposición del pase Lacan intentó captar, fijar y suscitar lo que el paciente, en el momento de salir del análisis, podría ver si se volviera.” El pase es, si puedo decirlo, el punto geometral de un psicoanálisis”.

Y continúa:” Cómo palidecen, cómo se vuelven casi invisibles esos objetos brillantes, rutilantes, que han movilizado la atención de ustedes, su interés, su pasión. Al mismo tiempo que se desvanecen lentamente, que sus figuras se disipan en las nubes tenemos que al final del análisis un objeto duro adquiere su relieve, se vuelve evidente. Lo que parecía informe, confuso, imposible de situar de pronto se revela como lo que es”. A esta calavera escondida en la anamorfosis Lacan la llama “la encarnación imaginaria de la castración”, y no dudo, dice Miller, en ver en ella una forma imaginaria del final del análisis. Es al final cuando el sujeto en análisis, en el momento mismo de partir sabrá de qué ha estado hablando durante todo su análisis. La referencia de sus palabras está para él en el pasado. El se va, dejándola atrás, en la misma imagen en la que se congela la relación analista-analizante”.

Es por esta vista desde la salida donde el sujeto puede darse cuenta-si lo ha ignorado, como es la regla-de lo mucho que significó el analista para él cuando entró en análisis.

¿Qué pasa, entonces, a la salida? Es, si se quiere, el retiro de la investidura libidinal destinada al analista, que hasta entonces tenía el valor del objeto. Visto desde la salida la líbido se retira del objeto analista al mismo tiempo que se retira de aquello de lo que estaba en juego para el paciente, de lo que era la cuestión de su vida, su sufrimiento, su malestar, su pasión, en el sentido de pathos, lo que se padece. La líbido se retira del analista y de la propia pasión del sujeto, como dice Miller “de la causa misma desde la que sostuvo su querella de impotencia con el Otro”. Y continúa:” Lo que ocurre en el análisis, lo que tiene lugar a lo largo de él, es que la investidura libidinal se contrae, se condensa, densifica y aísla cada vez más, al tiempo que el sujeto la descarta, se da cuenta hasta qué punto ese quantum de líbido comandaba su destino y sostenía su mundo.

Y concluye:”Es lo que podemos llamar la construcción del fantasma fundamental del sujeto. Esta condensación de la líbido en una forma cada vez más compacta, dura, incluso osificada, es lo que Lacan trató de enseñar maniobrar a los analistas llamándola objeto a. Señala también que solo se maniobra en la medida del propio análisis. Porque es el último estado del analista, aquél en el que se encuentra cuando el analizante se da la vuelta al partir”.

Juan Jesús Ugarte, miembro de la ELP en la Sede de Bilbao.