Una lectura de los modelos freudianos

Todo lector de la doctrina analítica, de los textos analíticos, puede hablar en el Campo Freudiano, desde el punto de vista de dichos textos, también, ciertamente, puede hablar, a partir de su experiencia de analista , y – así mismo, de analizante, como el analizante que fue -, y , en nuestra Escuela puede hablar a título de haber participado en el dispositivo del pase, como pasante cuando acudió a testimoniar de su análisis, pero también como pasador o como miembro del cartel del pase. Hay entonces, muchos puntos de vista posibles, invitada a hacer hoy una lectura de los textos freudianos, me aplicaré a ella a partir de los dos textos indicados en el programa: “Recordar, repetir y reelaborar “(Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II) (1914), y “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (Nuevos consejos sobre la técnica del Psicoanálisis, III) (1915) (1914)1, intentado cernir su lógica y su problemática.

Más allá de sus mismos enunciados, no siempre es fácil cernir la lógica de un texto de Freud. A pesar de que la expresión estilística sea clara, simple, incluso podríamos decir, de una austeridad y sobriedad admirables, (me refiero a su sobriedad retórica). Es un texto que está escrito, no sin retórica ninguna, puesto que no existen textos sin retórica, hasta la ciencia tiene su retórica, pero es un texto en el que la retórica se reduce a apuntar a la cosa misma, en corto circuito con relación al otro. Es lo que llamé austeridad y sobriedad, una retórica que excluye el efecto sobre el lector en el sentido de producirle un efecto más allá de la razón. Una ausencia de ostentación, afectación…

Podría pensarse así en el caso de todos los grandes textos, hay textos que aunque grandes no se dirigen al lector más que al nivel de la razón podríamos decir, y otros que apuntan a hacerlo vibrar, a hacer responder en el lector no la racionalidad ni la lógica, sino otra cosa, que según el ambiente intelectual al que se pertenezca, se denomina afecto o deseo, incluso pulsión.

No me parece ser el caso de Freud, y esta es una gran diferencia con Lacan, que tiene un estilo de efectos. Efectos múltiples que podríamos clasificar como shock, revelación, exasperación, indignación y en todos los casos el misterio. Hay un misterio en el estilo de Lacan. Si queremos hablar positivamente de esto, de un estilo de efectos, diremos es el efecto transferencial, positivo sin duda.

En todo caso, podemos notar que Freud, que en sus enunciados explícitos no duda en decir que el analista puede operar como un amo, en su estilo, no funciona así, sino que siempre se trata de lo que él llama la colaboración entre el enfermo y el médico. En su estilo, en el nivel de lo que hace, cuando escribe, no al nivel de lo que dice que hace, no ejerce el dominio transferencial. Eso es lo que me parece su austeridad, la sobriedad retórica de la escritura de Freud.

Recordemos que Freud renunció a la sugestión sin excluir la intervención a veces activa, pero rechazando lo que podríamos denominar un cierto “orgullo educativo”. Nos dice en el caso Dora: “…he evitado siempre asumir papeles y me he contentado con un arte psicológico más modesto. A despecho de todo interés teórico y de todo afán médico por curar, tengo bien presente que la influencia psíquica tiene sus límites y respeto como tales también la voluntad y la inteligencia del paciente”.

Y también en “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica”: “Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos con nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza”.

En la dirección de la cura no otorga al analista el papel de mentor “Lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus decisiones de manera autónoma2.

Por otro lado, esa sobriedad va a la par de una complejidad muy grande a nivel de la construcción y del razonamiento. Hay una sinuosidad en el texto de Freud, un lado proliferante, con incisos, paréntesis, objeciones introducidas, examinadas, rechazadas y sin embargo mantenidas. Por consiguiente no es fácil extraer de dicho texto el marco y la argumentación.

Antes de ir a los dos textos, precisaré algo del marco en que los escribió: recordemos que antes de escribir estos “Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis”, Freud se había ocupado de Dora, de Hans, del Hombre de las Ratas y del Hombre de los Lobos, cuyo análisis transcurrió de 1910 a 1914, son entonces, estos “Nuevos consejos”, – como siempre fue su proceder – , producto de su elaboración en relación a la clínica , resultado de lo cual encontramos en ellos profundas modificaciones de la técnica psicoanalítica desde sus inicios, debidas a las dificultades que encontró en las curas y a los obstáculos que encontraba la interpretación. A modo de ejemplo: a lo largo de toda su obra fue modificando la definición del síntoma, poniendo el acento sobre la inercia y la resistencia al cambio, cuando se encontró con que el síntoma, lejos de ser resuelto por la interpretación, padecía por ello un reforzamiento. En 1913, en su texto “Sobre la iniciación del tratamiento”3, insiste en que incluso en el curso ulterior del análisis conviene mostrarse prudente. Y sólo cuando el paciente está en el punto de descubrir él mismo la solución se puede interpretarle un síntoma o explicarle un deseo.

Había tropezado con el hecho de que aunque las interpretaciones fuesen verdaderas, chocaban con las resistencias, y por eso ahora, en el momento de estos artículos, insiste en que la interpretación no sea propuesta mientras el paciente no está preparado para recibirla En “Lo inconsciente”4 hace valer que “si se comunica a un paciente una representación que en cierto momento ha reprimido” eso en principio no cambia nada. El trabajo consiste entonces en encontrar la ligadura entre las huellas mnémicas y las palabras del síntoma.

En el Congreso de Nuremberg, en 1910, después de haberse opuesto al entusiasmo terapéutico, pone en evidencia las enormes dificultades que obstaculizan los esfuerzos del analista y considera que la interpretación del síntoma pertenece al pasado. Se inicia el camino de la interpretación del material a la interpretación de las resistencias. Que culminará con la técnica de las construcciones.

Otra puntuación en relación al marco: en la carta 69 a Fliess, Freud le comunica que abandona a “sus neuróticas”, abandonando así, su teoría del trauma en beneficio del Edipo y de la sexualidad infantil. Ambos abandonos escanden el progreso del descubrimiento freudiano orientándolo hacia un real independiente de lo fáctico y de lo relativo al acontecimiento.

La teoría del trauma será sustituída por la teoría del fantasma. Relevo que da cuenta de otra clase de “secreto”, y ese movimiento de retroceder siempre más lejos en la búsqueda del acontecimiento de la primera escena, adquiere entonces un alcance histórico: “Cada vez éramos retrotraídos más atrás en ese pasado, y al fin tuvimos la esperanza de que se nos dejara permanecer en la pubertad, la época tradicional de maduración de las mociones sexuales. Pero en vano, las huellas se adentraban todavía más atrás, hasta la infancia y los primeros años de ella”5.

En la época de las Cartas a Fliess, buscaba un punto de apoyo para rehacer la teoría de la sexualidad, hablaba de “incidentes sexuales precoces” o de “acontecimientos ocurridos entre un año y medio y cuatro años”, pero no ocurre lo mismo cuando renuncia a la teoría del trauma, proponiendo “fases sexuales” más profundas. (Por ej. el autoerotismo en “Cinco Conferencias sobre Psicoanálisis”6).

El concepto de profundidad en Freud designa una dimensión temporal: es a través de un fantasma, de una historia a reconstruir hasta sus más mínimos detalles y, más allá de esta historia, un real a partir del cual la ley de la repetición va a funcionar. Dice Lacan en el Seminario 11: “…él se dedica de una manera casi angustiada a interrogar cuál es el primer encuentro, lo real que podemos afirmar detrás del fantasma…”7.

Y así, vemos a Freud que, en el caso Dora, como arqueólogo aplicado, junta los materiales, fragmento tras fragmento que como en un puzzle van a dibujar el fantasma, las cadenas significantes que constituyen su materia. Modificación de la técnica, no se trata de arrancar un secreto, sino que las lagunas de la memoria o la modificación por ejemplo del orden cronológico, ponen en evidencia una estructura del olvido, un trabajo del olvido del que el paciente no tiene la clave. Y, lección clínica: la sucesión de escenas evidencia que lo mismo en su repetición, de escena en escena, insiste sin que ningún real alcance a aligerar su repetición.

Está claro, que Freud, busca un más allá del nudo de significantes, porque ya sea que prevalezca la interpretación en el significante o bien la interpretación del sentido sexual, en ninguno de estos casos se logra poner en juego un real. Y es aquí que se le presentó la transferencia como obstáculo al progreso de la cura. Él busca una realidad verdaderamente primera, la “roca del acontecimiento”, cosa que no logrará y finalmente fundará la estructura misma del fantasma sobre otra cosa que el acontecimiento.

En el caso del Hombre de los lobos, quería asegurarse de la “realidad” de la escena primitiva, ya que para él la escena primitiva producía el mismo efecto de seducción y activación de los síntomas, que el trauma en la histeria. El efecto de aprés-coup de la escena fue el asunto. Al final del caso dice: “Donde las vivencias no se adecúan al esquema hereditario, se llega a una refundición de ellas en la fantasía, cuya obra, por cierto, sería muy provechoso estudiar en detalle…”.

Vemos la importancia de la distinción entre estructura y acontecimiento: el acontecimiento a develar deja el lugar al real a construir, y así, los “acontecimientos vividos”, las impresiones de la infancia van a encontrar un lugar menos importante, primero porque están perdidos y después porque la reconstrucción que puede hacerse rinde “lo mismo que un recuerdo recuperado”. Freud se sorprende al constatar la equivalencia del recuerdo y de la construcción desde el punto de vista terapéutico, y para dar cuenta de esta paradoja recurre a los fantasmas originarios. No se trata más de comunicar al paciente el mito edípico.

Vayamos al primero de los textos: “Recordar, repetir y reelaborar”, en el que Freud, como siempre, nos da definiciones simples, que una vez desplegadas, se revelan muy complejas.

Comienza con un breve recordatorio sobre las “profundas alteraciones” que la técnica analítica experimentó desde sus comienzos sin desviarse de su meta: llenar las lagunas del recuerdo y vencer las resistencias de la represión. Y luego, intercala fenómenos que se presentan en el curso del tratamiento: la aparición de los recuerdos encubridores que pueden descifrarse sin dificultades y el mecanismo del a posteriori que imposibilitaría el despertar del recuerdo de importantes vivencias de épocas muy tempranas de la infancia porque se entienden e interpretan a posteriori. Tenemos de noticias de ellas a través de los sueños (el Hombre de los Lobos).

Y, un hallazgo, en ocasiones el analizado no recuerda lo olvidado sino que lo actua. No lo reproduce como recuerdo sino como acción; lo repite, sin saber que lo hace. A esto lo llama compulsión de repetición.

Tomemos el caso del Hombre de las Ratas , en él encontramos la utilización típica en Freud del Edipo, como se puso en evidencia en Hans , con una dimensión digamos “constructiva” , el mito del padre castrador e interdictor y al mismo tiempo Freud se dedica a construir la historia de la enfermedad pero no tomando como patrón solamente los sucesos reales y como dice Lacan, es algo muy diferente a una reacción de rabia frente a la interdicción paterna lo que pone a Freud en la pista de lo que , por culpa del padre hará del destino de este paciente un destino marcado por una deuda infinita imposible de cumplir.

Son dos recorridos de Freud: uno acentúa el carácter típico de la enfermedad o de la historia y el otro el que detecta el elemento simbólico, único, rasgo unario que marca el destino del sujeto, que no es una serie de acontecimientos vividos sino el mito vehiculizado por la historia de los padres, concerniente a la deuda del padre.

¿Qué es entonces, en estos momentos, el inconsciente según Freud?: estaría construido sobre la repetición de los significantes y su dependencia de la historia reconstruída, cualquiera fuera la fidelidad de los recuerdos e independientemente de lo “vivido” recuperado por el sujeto.

Podemos entender, cómo Freud puede tomarse libertades en la exactitud de los hechos porque la relación del sujeto con los significantes clave de su historia domina las experiencias vividas. El “forzamiento” de las “soluciones” que impone, debe ser comprendido a partir de esto. , como leemos en su relato del caso del Hombre de los Lobos.

La “rabia contra su padre” nunca fue rememorada por el Hombre de las Ratas, ese sentimiento nunca fue revivido, todo lo que el sujeto sabrá sobre eso le vendrá de los excesos de otra rabia, la que manifiesta, actúa, en la transferencia contra Freud. Los insultos que le dirige son la prueba de la transferencia paterna.: “Entonces, sólo por el dolorosa camino de la transferencia pudo adquirir el convencimiento de que su relación con el padre exigía real y efectivamente, aquel complemento inconsciente”8.

La cuestión es la relación de esta compulsión con la transferencia y la resistencia. La transferencia es una pieza de la repetición y esa repetición es la transferencia del pasado olvidado sobre la persona del médico y sobre todos los ámbitos de su vida. Y cuanto mayor sea la resistencia, tanto más se sustituirá el recordar por el actuar (repetir).

Lo que se repite o actúa es lo que se abrió paso desde lo reprimido, además durante el tratamiento se repiten todos los síntomas, por lo que la enfermedad no ha de tratarse como algo histórico sino como un poder actual. El trabajo terapéutico consiste en la reconducción al pasado, trabajo guiado por la distinción que Freud hacía entre verdad histórica o reconstruída y verdad material.

Este artículo de 1914, está destinado a aclarar ese pasaje al acto en que la parte de “resistencia” de la transferencia se denota por los insultos que le brinda el paciente a Freud. El acento, entonces, debemos ponerlo sobre dicho “trabajo de transferencia”, que es lo único, que a falta de revelación, permite la convicción. No podríamos decir que la transferencia es independiente de la interpretación, pero sí considerar que si la realidad psíquica tiene más importancia que la realidad material, es porque la determina.

Al progresar la cura pueden conseguir repetirse mociones pulsionales nuevas, situadas a mayor profundidad , y las acciones del paciente fuera de la transferencia pueden conllevar perjuicios pasajeros para su vida. De ahí la regla de la abstinencia.

El manejo de la transferencia es el principal recurso para poner la compulsión de repetición al servicio de la cura, transformándola en motivo para recordar. En la transferencia se escenifica todo lo pulsional patógeno que permanecía escondido pues se le dan a los síntomas un nuevo significado transferencial, se sustituye su neurosis ordinaria por una neurosis de transferencia.

De las reacciones de repetición, que se muestran en la transferencia, los caminos consabidos llevan luego al despertar de los recuerdos, que, vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad9.

Pero, nombrar la resistencia no produce su cese inmediato, hay que dar tiempo al enfermo para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo y observando la regla analítica fundamental. Esta reelaboración de la resistencia, es para Freud lo que diferencia al tratamiento analítico de toda sugestión.

El otro texto “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, está construido, básicamente, sobre la problemática de la repetición. Ya no es la transferencia como obstáculo solamente (como en Dora…) sino el amor al médico como el surgimiento de un real que dificulta el progreso de la cura hasta hacerla naufragar si no se “maneja” bien.

Pero es un real peculiar pues tendría una intencionalidad, ya que aparece cuando se está por descubrir un punto particularmente penoso o difícil para el paciente, y ese real estaría, así, al servicio de la resistencia. El “consejo técnico”: usarlo al servicio de la cura atendiendo a los peligros de la contratransferencia, de la cual ya había hablado en “Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica (1910)”.

Una velada alusión al narcisismo del clínico, a través de su concepción de la mujer, causa sonrisa. Como dice Lacan en “Intervención sobre la transferencia” : la suma de prejuicios del clínico constituye la contratransferencia. Y una apelación al coraje del clínico son puntualizaciones relevantes en el texto.

En el manejo de la transferencia se manifiesta la confusión, que hace Freud por momentos entre su persona y el significante del analista, tanto en Dora como de manera más manifiesta en el caso de la joven homosexual: “En realidad transfirió en mí esa radical desautorización del varón que la dominaba desde su desengaño por el padre. Al encono contra el varón le resulta fácil, por lo general, cebarse en el médico”. Y más adelante cuando ella le trajo sueños destinados a engañarlo, concluye que “… el propósito de engañarme, tal como solía hacerlo con su padre…” deducimos como se siente tocado en lo real, que la persona del médico sirve de catalizador a su despecho y a su error: “Los dos propósitos, el de engañar al padre y el de agradarle, provienen del mismo complejo”. Engañar a Freud y complacerlo tienen también la misma fuente en la joven homosexual, una fuente edípica. Que Freud sea el analista no lo distingue de un padre “supuesto” que anhela alejarla de la perversión.

Para finalizar, en “Sobre la iniciación del tratamiento” escribe: “… el paciente por sí solo produce ese allegamiento y enhebra al médico en una de las imagos de aquellas personas de quienes estuvo acostumbrado a recibir amor…”, estructurando la cura en una relación dual.

Atolladero para salir del cual necesitamos a Lacan y su formalización del SsS, pasando antes por el S XI, donde nos dice que la transferencia es un fenómeno en el cual están incluídos conjuntamente el analista y el analizante, y que dividirlo en términos de transferencia y contratransferencia es una forma de eludir la cuestión.

Mónica Marín, es miembro de la ELP y de la AMP.

*Cursus de la BOL Bilbao «Iniciar un análisis», 8-02-24.

 

Notas:

  1. Freud, Sigmund. “Recordar, repetir y elaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II), (1914)”. OC, XII. Amorrortu, Buenos Aires.

    Freud, S. Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III) (1915). OC, XII. Amorrortu, Buenos Aires.

  2. Freud, Sigmund. “Introducción al psicoanálisis”. Tomo XVI, Obras completas. Amorrortu, Buenos Aires.

  3. Freud, Sigmund. “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis I) (1913)”. OC, XII. Amorrortu, Buenos Aires.

  4. Freud, Sigmund. “Lo Inconsciente” (1915). OC, XIV. Amorrortu, Buenos Aires.

  5. Freud, Sigmund. “Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico ” (1914-1916). OC, XIV. Amorrortu, Buenos Aires.

  6. Freud, Sigmund. “Cinco conferencias sobre psicoanálisis” (1910 [1909]). OC, XI. Amorrortu, Buenos Aires.

  7. Lacan, Jacques. El seminario, libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1987.

  8. Freud, Sigmund. “A propósito de un caso de neurosis obsesiva ”. OC, X. Amorrortu, Buenos Aires.

  9. Freud, Sigmund. “Recordar, repetir y elaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II), (1914)”. Op.cit..