Iniciar un análisis

Una lectura sobre los textos freudianos: “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis I)” (1913). “Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis II)” (1914). “Puntuaciones sobre el amor de transferencia (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III)”. (1914).

Freud comienza este artículo titulado “La iniciación del tratamiento”, de 1913, con la metáfora del ajedrez, indicando que sólo las aperturas y finales pueden ser objeto de una exposición sistemática y exhaustiva, a la que se sustrae en cambio totalmente la infinita variedad de las jugadas comprendidas entre ambos extremos, haciendo radicalmente imposible por tanto ninguna mecanización de la técnica.

Con respecto a la selección de los enfermos, nos advierte de que les anuncia que podrá encargarse de ellos sólo provisionalmente, durante una o dos semanas, con objeto de calibrar las posibles contraindicaciones al análisis, que sitúa en este momento en la esquizofrenia o parafrenia. Esta iniciación con un periodo de prueba es ensayo pero además iniciación del análisis, y tiene esa motivación diagnóstica.

Las conferencias prolongadas con el enfermo antes del tratamiento, la sumisión de aquel a otro tipo de tratamiento o la existencia de una relación de amistad, tienen consecuencias desfavorables. El psicoanalista que se encargue del tratamiento de la mujer o hijo de un amigo puede prepararse a perder esa amistad, cualquiera que sea el resultado del análisis.

La actitud consciente del paciente hacia el tratamiento importa poco. Su confianza o desconfianza no suponen nada comparada con las resistencias internas.

En el inicio es necesario acordar las condiciones de tiempo y dinero. Expone que asigna una hora a cada paciente, de la que responde económicamente aunque no la utilice. No hay posibilidad de obrar de otro modo, nos dice, pues las faltas de asistencia puramente casuales se multiplicarían. Freud trabaja diariamente viendo a los pacientes seis veces por semana, aunque admite en afecciones leves que sea tres veces por semana. En cuanto a la duración del tto., y dado que resulta imposible fijarlo de antemano, recomienda hacérselo saber y advertirle de sus dificultades así como del sacrificio que exige.

Con respecto al dinero, advierte que en su valoración intervienen poderosos factores sexuales, y que el hombre civilizado observa en las cuestiones de dinero la misma conducta que en las cuestiones sexuales. Tras decir que el abaratamiento del tratamiento no constituye en modo alguno a hacerlo más estimable a los enfermos, recomienda negarse a todo tto gratuito sin excepción. Alude a su experiencia de que el tto gratuito intensifica enormemente algunas de las resistencias del neurótico. Explicita dos consecuencias: “en las mujeres jóvenes la tentación integrada de la relación de transferencia, y en los hombres jóvenes la rebeldía contra el deber de gratitud que procede del complejo del padre. La ausencia de pago provoca que la relación entre ambos pierda todo carácter real, y el paciente quede privado de uno de los motivos principales para atender a la terminación de la cura”.

Freud se reafirma en su consejo de que el paciente se tumbe en el diván, colocándose el médico detrás de él y fuera del alcance de su vista, y no acceder jamás a la petición del paciente de variar esa posición. Aunque confiesa que no soporta pasar ocho horas diarias teniendo clavada la mirada de alguien, afirma que, de esa manera, consigue aislar la transferencia y hacerla surgir a su tiempo como resistencia delimitada.

No importa cuál sea la materia con la que se inicia el análisis. Lo único importante es empezar dejando hablar al enfermo sobre sí mismo. De esta conducta pasiva inicial, marca sólo una excepción, la comunicación desde el principio de la regla fundamental: “diga todo lo que acude a su pensamiento y no calle nunca algo porque le resulte desagradable comunicarlo”.

En relación a los pacientes que preparan previamente lo que van a expresar en el análisis con el pretexto de un mejor aprovechamiento del tiempo, advierte que en ese proceder se oculta una resistencia, la de impedir la emergencia de ocurrencias indeseadas, y recomienda abstenerse de esa preparación previa.

También advierte sobre el hecho de que, en aras a una supuesta discreción, el paciente omita cuestiones sobre terceras personas. Freud se muestra firme: “no hay medio de llevar a cabo un tratamiento psicoanalítico excluyendo de la comunicación las relaciones del paciente con otras personas y sus pensamientos sobre ellas”, afirmando que “se hace insoluble la labora entera en cuanto consentimos la reserva en un único punto”.

Por otra parte, aconseja también que la cura sea un asunto reservado entre el paciente y el médico, y no se ponga al corriente de los detalles a ninguna otra persona.

Refiere que algunos pacientes comienzan la cura objetando que no se les ocurre nada de qué hablar, casos en los que se trata de una intensa resistencia que hay que comunicar enérgicamente al sujeto. Ni entonces ni nunca luego, nos dice, hay que ceder a su demanda de que se le indique el tema a tratar.

Advierte sobre la costumbre de que, bien antes de la sesión o inmediatamente después, el paciente dirija al médico algunas frases o comentarios que provocan la división del tratamiento. Recomienda no acomodarse a esta división y dar al traste, en la primera ocasión, con esta separación que el paciente intenta establecer.

En tanto que las comunicaciones del paciente se sucedan sin interrupción, no se debe tocar el tema de la transferencia, dejando esta labor para el momento en que la transferencia se haya convertido en resistencia”.

Con respecto al momento de iniciar las interpretaciones, revelando el sentido oculto de sus asociaciones, la consideración de Freud es rotunda: “nunca antes de haberse establecido la transferencia”. Subraya que el primer fin del tratamiento es siempre ligar al paciente a la cura y al analista y, para ello, no hay que darle sino tiempo. Advierte que si adoptamos una actitud que no sea de cariñoso interés y simpatía por el paciente, y nos mostramos rígidamente moralizantes o aparecemos como representantes de otras personas, como por ejemplo de su cónyuge o padres, destruiremos toda posibilidad de resultados positivos.

Luisfer Orueta Álvarez, miembro de la ELP y la AMP.

*Cursus de la BOL Bilbao «Iniciar un análisis», 8 de febrero de 2024.