La identificación al diagnóstico en la demanda de tratamiento
Son múltiples e innumerables los motivos que conducen a un sujeto a demandar un análisis o un tratamiento.
La influencia del discurso médico y del discurso de la psicología cientificista restringe el motivo de consulta al malestar que conduce al paciente a buscar la intervención de un profesional. En cambio, desde el psicoanálisis, nuestra práctica nos conmina a extender su sentido ya que son numerosos los casos en los que el motivo de la consulta no coincide con el malestar, si restringimos el uso de este último término a alguna de las modalidades que Freud aisló: inhibición, síntoma y angustia.
El malestar puede estar inicialmente velado, y la razón de consulta asume una infinidad de motivos; pedidos de certificados, pretensiones de un juicio sobre lo correcto o lo incorrecto de una posición propia o de un allegado, las variantes del conocerse a uno mismo, la aspiración de optimizar talentos, gestionar mejor los afectos, etc.…
Se puede plantear el motivo de consulta como aquello que empuja a ese primer encuentro entre paciente y analista, constituyendo una articulación primera de la demanda, y un indicador valioso para que el analista pueda ir identificando tanto el lugar en que se ubica el paciente, como el lugar que atribuye al Otro en los momentos iniciales del tratamiento.
Empujados por la alianza entre el discurso de consumo y el discurso científico, con su compulsivo empuje a evaluar y etiquetarlo todo, su correlativa promesa de pertenencia a un grupo, y falaz garantía de felicidad basada en los objetos adecuados, son muchos los pacientes que acuden a consulta identificados a un diagnóstico. (“Yo es que tengo un TOC”, “me han dicho que soy Hiperactivo”, “he leído en google sobre Narcisismo y estoy seguro de que mi pareja lo es”, etc.…)
Errado o no, lejos de cumplir la esperada función del diagnóstico como orientación para el profesional, este fenómeno puede producir una coagulación del ser del sujeto en una imagen, una idea o etiqueta, dificultando sustancialmente la posibilidad de abrir una pregunta en el sujeto que permita interrogar que tiene que ver él con lo que le ocurre.
Así, algunos llegan a la consulta del psicoanalista con alguna pregunta abierta. Pero por los tiempos que corren, rara vez esta pregunta abre una cuestión sobre el sujeto o sobre el ser. A menudo, más bien se trata de una reclamación acerca del goce perdido, o de un goce inalcanzable, una queja de lo real, o una queja del Otro, que toman la forma de traumatismo.
Son muchos los pacientes que acuden a consulta, cuando el síntoma se con-mueve haciendo aparecer los afectos reprimidos en forma de angustia. La angustia-verdad consigue cuestionar esas vidas mermadas por síntomas pero acomodadas a su goce. Los individuos, despiertos de repente por este afecto más verdadero que cualquier otro, tienen que buscar una puerta de salida a lo que les sucede, desde luego ocurre que elijan vías que excluyen al psicoanálisis y con él a la interrogación que les habita.
Algunos demandan, influidos por los discursos actuales, que el terapeuta les dé la llave de su padecer. Demandas de herramientas, ejercicios, “tips”, habilidades, técnicas para “aprender” como no sufrir su padecimiento, pretensiones de control sobre la angustia y los afectos con el fin de no tener que sufrirlos, o algunas más oscuras que apuntarían a controlar los afectos del Otro. Otros pacientes simplemente demandan solución o indicaciones de lo que “se” debe hacer para dejar de sufrir, que el profesional les diga lo que tiene que hacer. Esta demanda, promovida por la psicología cognitivo-conductual tampoco permite incluir al sujeto en la responsabilidad de su tratamiento, y plantea paradójicamente la sustitución de un Amo por otro.
Como decía Jeremías Pau Toledo, amigo y poeta; “no hay trucos para volar”. No hay consejo que sustituya el trabajo analítico sobre el síntoma. Es más, si nos detenemos un momento a pensarlo, si hubiera un manual de cómo ser Obsesivo, Paranoico o Hiperactivo, sin sufrir por ello, no existirían los tratamientos. Sería casi perverso que el profesional no brindara esos “métodos o aprendizajes” ideales en la primera consulta.
Estos nuevos posicionamientos desde los cuales los pacientes acuden a consulta dificultan el establecimiento de una demanda o de una pregunta que permita abrir un espacio de trabajo. Lejos de ello, parecen efecto de la sombra de un oscuro goce idealista y SuperYoico que impera en nuestra época vociferando a los sujetos y empujándolos a identificarse a un sinfín de variopintas clasificaciones a cambio de deshacerse de su subjetividad.
Aquellos sujetos que vienen identificados a un diagnóstico ahondan su falta en ser en la medida en que no se preguntan que tienen que ver con lo que les ocurre. Lejos de abrir un cuestionamiento sobre su padecer parecen acudir al analista pidiendo la corroboración de dicha etiqueta y de su felicidad como perteneciente a un grupo que le garantice la existencia.
Surgen cada día nuevos neologismos, anglicismos y clasificaciones que identifican imaginaria y brevemente a los sujetos de nuestro tiempo. En un texto para las XVI Jornadas de la ELP “Identidades”, Margarita Bolinches y Paloma Larena nos dicen “Un nuevo delirio de normalidad se extiende, a cada cual su patología. Proliferan los diagnósticos y auto-diagnósticos, con neologismos en base a filias y fobias. Todos enfermos, y ordenadamente ubicados en identidades frágiles, leves y cambiantes”.
Podemos plantear entonces que la identificación a un diagnostico puede influir en la demanda de tratamiento haciéndola tomar la forma de una demanda de autentificación o autorización por parte del profesional de dicha identificación, petrificando, de ser así, al sujeto en la misma, y obturando la posibilidad de desplegar un trabajo sobre el padecimiento que sufre, pues sólo teniendo en cuenta la implicación subjetiva podemos incidir en los “recursos del sujeto”.
La propuesta psicoanalítica anima a acoger tales demandas a la par que se pueda ir interviniendo con habilidad y sutileza para ayudar a hacer caer las identificaciones del sujeto y que el analista pueda ir ubicándose en su campo transferencial, apuntando a la demanda inconsciente, para que el paciente pueda desplegar el trabajo de desciframiento de los síntomas.
Freud, en su 28º Conferencia de introducción al psicoanálisis, pagina 414 indica que en un primer momento 2 “toda la libido es forzada a pasar de los síntomas a la transferencia”.
Lacan siempre subrayó la dimensión ética de la práctica analítica. Se trata de plantear que el sujeto que viene con su identificación o con su queja, sea capaz de producir, con el analista, un cambio de discurso, es decir, que ponga la queja al servicio de sus síntomas, que ponga sus palabras al servicio del deseo, (a la interrogación del mismo), un cambio que pueda llevar al sujeto identificado a un diagnostico a desplegar la pregunta por su goce. Se trataría de maniobrar para producir un cambio de discurso potente, que llamamos “rectificación subjetiva”.
El análisis maniobra haciendo caer esa identificación “de apoco”, para transformarlo en demanda, que gracias a la transferencia podrá permitir desplegar el trabajo del inconsciente.
A continuación presento una viñeta clínica para esbozar la cuestión.
La Sra. B, una mujer soltera de 57 años, acude a mi consulta aquejada de una caprichosa inhibición; “tengo bloqueos”, dice que no sabe responder bien porque se bloquea. Y esa situación le afecta mucho. Lo que empezó manifestándose en algunas relaciones personales estaba apareciendo también en las del trabajo y comenzaba a tener miedo de no poder realizar su tarea con profesionalidad. “tengo miedo de volver a bloquearme”
Hablaba mucho, con mucha agresividad, quejándose de todo y todos. La inseguridad, las dudas, la dificultad en el lazo social, el bloqueo, la dificultad para gestionar los afectos…
Cada vez que intentaba devolver alguna construcción que apuntara a la dimensión inconsciente ella desdeñaba mi intervención y seguía hablando. No quería saber. Pasadas tres o cuatro sesiones la demanda de un certificado informe con un diagnostico se hacía férrea y concomitante a pesar de mis alusiones a que aún era pronto para dilucidar que la ocurre.
Cuando la pregunto porque tal interés me cuenta que quiere corroborar sus sospechas. Antes de acudir a consulta leyó en internet una descripción del diagnóstico de Asperger y se sentía identificada con lo leído, en especial con un rasgo concreto, la dificultad en la expresión afectiva y el lazo social.
Ella buscaba algo que explicara lo que le pasaba y le dijera “que tiene” y “que es”, “tal vez tendría que acudir a terapias de grupo de autistas, tal vez ese era su sitio”…
Se trataba de una identificación imaginaria a un rasgo de un diagnostico que parecía cerrar las preguntas que la habitaban y no permitía poder desplegar un trabajo sobre ellas. Esta vez me la jugué, y de forma contundente le dije que yo nunca había dicho nada en ese sentido. Y que lejos de opinar así, a mi me parecía que había muchos enigmas particulares y singulares detrás de su padecimiento que explicarían mejor el rasgo q identificó. La dije: “No lo creo, del Asperger no se destaca el bloqueo de los afectos en el lazo con el otro, se habla de desinterés. Si ud. no hubiese estado interesada en esto no hubiera acudido a consulta, y usted siempre habla de que bloquea lo que siente”.
Esto facilitó la caída de aquella identificación que pretendía cerrar el asunto sin decir nada y procuró el despliegue de los significantes al interrogar sobre los afectos de vergüenza y agresividad incluidos en esos fenómenos de bloqueo.
Puede que el caso expuesto resulte un ejemplo aparentemente sencillo de lo esbozado hasta ahora, pero podríamos aprovechar el espacio para plantear escenarios más complicados y cuestionar de qué forma se podría intervenir del lado del analista para poder hacer caer las identificaciones que dificulten la apertura de un trabajo analítico.
Termino mi intervención con algunas preguntas que puedan suscitar el debate entre los asistentes:
-¿Cómo hacer, por ejemplo, en los casos infantiles donde el niño o niña ni siquiera tiene una idea clara de porque acude a consulta, y la identificación a un diagnostico aparece del lado de los padres?, o más complicado aún, ¿si la identificación se localiza del lado de la Escuela?
¿Cómo pensar el trabajo a dos, o incluso a tres bandas (niñ@, padres, profesores), para poder discernir donde y como intervenir de forma ética y operativa para trabajar el padecimiento ahí donde lo hubiera, si lo hubiese?
Texto presentado el día 11/04/2024 en el espacio de Psicoanálisis y Salud Mental.
Oian López Gorritxo, Socio de la Sede de Bilbao.
- Bolinches, Margarita y Larena, Paloma. “Síntomas e Identificación”.
- Freud, Sigmund. “Conferencias de introducción al psicoanálisis” (Parte III). Obras completas. Vol.XVI. Amorrortu, Buenos Aires, 1976, p. 414.