Lo singular de un encuentro
Freud en 1913 en “Sobre la iniciación del tratamiento, nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis”, nos plantea ya la importancia de lo que él llamó en ese momento “período de prueba”, en el que ya advierte que, aunque alguno abandone en este periodo, es porque seguramente no le convenía un trabajo analítico. Añade además: “La iniciación del tratamiento con un período de prueba así, fijado en algunas semanas, tiene además una motivación diagnóstica”. Advertía en diferenciar los síntomas precoces de un “demencia precoz”, de síntomas histéricos. Tiempo, entonces el de las “Entrevistas preliminares”, fundamental para orientarse en qué proponer a quien demanda un tratamiento. Y desde el inicio Freud nos transmite la importancia de que el analista esté atento, a la escucha sin prejuicios, para que pueda darse un encuentro con un paciente. Para ello, aconseja que el analista haya hecho un trabajo analítico previo.
Con Lacan, desde el Seminario III, Las psicosis y cinco años después, en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, podemos orientarnos en el abordaje psicoanalítico en las psicosis.
Lacan, incluye “la tyché”, que toma de Aristóteles, estableciendo la diferencia entre Tyché y automaton, en el Seminario 11. Diferencia entre encuentro y repetición. Aunque en su última enseñanza, a partir del Seminario 20 que toma mayor importancia.
Este trabajo me lleva a seguir estudiando la importancia que Lacan da a la contingencia del encuentro, en su última enseñanza y las consecuencias clínicas que de ella se derivan.
Tomo una cita de Lacan en “La conferencia de Ginebra” en la que creo que queda claro la trascendencia que le daba a las “E.P”: “(…) La que trabaja es la persona que (…) demanda un análisis, a condición de que ustedes no la hayan colocado de inmediato en el diván, caso en el cual la cosa está arruinada. Es indispensable que esa demanda verdaderamente haya adquirido forma antes de que la acuesten”1.
Me parece que actualmente, esta práctica está cayendo en desuso, y me planteo qué consecuencias puede tener.
JAM, nos lo recuerda2 en Introducción a un discurso del método analítico:
“En realidad, ¿qué significan las entrevistas preliminares? En la práctica lacaniana – esto es un principio, casi un patrón lacaniano, – la práctica de las entrevistas preliminares es una consecuencia directa de cómo damos una estructura a las «bienvenidas».
Diría que para que haya la posibilidad de una entrada en análisis, o del inicio de un tratamiento, tiene que posibilitarse un encuentro, y de esto se trata en las entrevistas preliminares. Algo del amor de transferencia debe producirse y ponerse en juego para que esto se dé. Y ahí se juega el deseo del analista, posibilitando este encuentro, sin ninguna garantía de que se dé.
Y ahora, hablemos de Ana:
Quisiera contar un ejemplo clínico, en el que no se trataba de una entrada en análisis, sino de si un tratamiento era posible. El encuentro parecía imposible.
Se trata de una adolescente que recibí en la Unidad de adolescentes de la UTE de Ortuella, lugar de “Tratamiento intensivo”, orientado por la “práctica entre varios”, en el que los pacientes están un curso, es decir unos meses.
El momento de la acogida, fue considerado por nosotros, un momento crucial. Todos venían tras un fracaso vital serio, pero decidimos que ninguno entraría obligado. Ni tampoco por el “perfil del paciente”, cómo estuvo planteado en un inicio, sino por su decisión.
Ana acudió tras un ingreso psiquiátrico, motivado por un brote psicótico en el que se sintió muerta. En las primeras entrevistas nos trae dibujos que hizo en su ingreso en los que aparecía ella sin cabeza. También nos trajo múltiples dibujos de antes del ingreso, dibujos de chicas sonrientes. Después del ingreso no volvió a dibujar.
Comenzó su estancia en la Unidad por decisión propia. En las entrevistas preliminares, Ana estaba encantada de acudir a una “Unidad de tratamiento intensivo”. Pero, era difícil el acercamiento a ella.
Al inicio, venía cada día con la urgencia de contarnos lo que le ocurría en ese momento, sintomatología referida a su cuerpo. Entraba directamente a enfermería, dónde desplegaba “sus males”. Primero fueron los mareos y náuseas, luego una proliferación de dolores en diferentes partes de su cuerpo pasando por sensaciones extrañas como ardores en los ojos, calambres y un precioso término que fue “el desespero en el cuerpo”. En estas conversaciones en la enfermería estábamos la enfermera y yo, cómo médico, con muchas reticencias, porque siendo psiquiatra, “no era de fiar”.
A la vez, pidiéndonos “Ya”, que llamáramos a su madre para que le llevara al médico. No podía permanecer “ni un minuto más” en el centro. Si tratábamos de tranquilizarle, se agitaba y enfada muchísimo diciéndonos que no le creíamos.
Un día nos dijo que su médico no le creía, le decía que eran “nervios”, “y a mí me duele de verdad”, decía con desesperación. A la vez rechazaba absolutamente tomar medicación, porque eso quería decir que no se curaría nunca. Nos dejaba poco margen de maniobra. Solo aceptaba pasar un rato en enfermería.
Poco a poco se dio cuenta que sí le creíamos y fuimos pudiendo reconstruir con ella lo que llamamos su gran crisis, lo que pudo desencadenarla y lo que sintió en ese momento. Así llegamos a poder componer con ella una hipótesis de lo que le ocurría en su cuerpo:
Un día se me ocurrió decirle que quizá, después de la experiencia de muerte que tuvo, con la cabeza separada del cuerpo, su cuerpo quedó afectado y ahora era el momento en que se estaba recomponiendo y, fui añadiendo: “quizá esos dolores tienen que ver con esa reconstrucción”. “Como cuando hay una fractura en un hueso”, le dije.
El efecto pacificador que esta hipótesis tuvo fue increíble. A partir de ese momento los cuidados de enfermería le aliviaban, tenían un sentido para ella, y seguimos elaborando esta hipótesis junto con la enfermera.
A partir de ese momento pudo empezar a trabajar con el equipo educativo. Los talleres que más le gustaron fueron los de teatro, danza y estética. Su tutora nos transmitía que empezaba algunos talleres con mucha ilusión, pero que durante tiempo estaba “como dividida entre su país de origen al que quería volver”, idealizando mucho su familia de allí, y su dificultad de encontrar un lugar aquí. Con todo, cuando no tenía ganas de trabajar, podía conversar con sus profesoras.
El psicólogo recogía su dolor y su demanda, remitiéndole a trabajar conmigo y con la enfermera y más adelante pudo ir trabajando una rehistorización de su vida. Sus padres estaban separados y ella vivía aquí con su madre desde hacía unos años. Su padre vivía en su país de origen y ella estaba muy “dolida”, porque le había prometido llevarle a vivir con él, promesa para la que siempre había un … “más adelante”. Ella quería curarse para volver a su país de origen a recuperar su alma, que… “había quedado allí”.
Concluyó su estancia en la Unidad bastante más tranquila, estabilizada, pero ciertamente con una gran incertidumbre respecto a su pronóstico. Las últimas noticias que tuvimos de ella, fueron a través de su madre, quien nos dijo que había podido volver a su tierra natal, donde vivía con el padre y la familia de este, y al parecer, por el momento, estaba bien.
Ciertamente fue un tiempo corto el que pudimos trabajar con ella, pero, con todo, nos transmitió una gran enseñanza, sobre la importancia de un encuentro, que es la que quisiera compartir hoy.
Elena Usobiaga, miembro de la ELP y de la AMP.
Notas:
- Lacan, J., «Conferencia en Ginebra sobre el síntoma» (1975), Intervenciones y textos 2, Manantial, Bs. As., 2007. ↑
- Miller, Jacques-Alain. Introducción al método psicoanalítico. Paidós, Buenos Aires, 1997. ↑