Los diagnósticos en el ámbito de la infancia, hoy
Buenas tardes,
Agradezco a la organización la invitación para conversar en relación al tema “el diagnóstico, actualidad en Salud Mental”.
Les hablaré desde el ámbito de la infancia, que es desde donde he trabajado y trabajo aún en el ámbito de la sanidad pública.
Llevo tiempo trabajando en un centro donde l@s niñ@s llegan ya con una etiqueta diagnóstica. No se puede entrar a este programa sin haber transitado por unos determinados diagnósticos que dan nombre a las dificultades que presentan y que hacen muy difícil su sostén tanto en el ámbito, familiar, escolar como en el ámbito del tratamiento psicoterapéutico ambulatorio.
Estas etiquetas diagnósticas se engloban en lo que en las infancias contemporáneas se denominan patologías graves en salud mental infanto-juvenil.
En ella encontramos, atendiendo a la CIE-10, clasificación que es la que se utiliza en la actualidad, los Trastornos Generalizados del Desarrollo F. 84, el conjunto de los trastornos graves, autismo infantil, autismo atípico, Síndrome de Asperger, Otros TGD, y TGD sin especificar, en los que no esté incluido el RM. Esta es la clasificación de los trastornos en salud mental infanto-juvenil que abren la entrada al programa, como programa de “tratamiento intensivo”, nombre que recibe desde 2008 cuando el programa se integra dentro de la red de educación del G.V..
El centro de tratamiento comenzó su andadura, como unidad experimental en el año 2000. Se creó desde una lectura clínica psicodinámica y la estructuración del psiquismo tenía un lugar. La conversación entre dos discursos, el clínico y el educativo se daban cita para cada niñ@ y buscar las “estrategias de intervención”, siempre propias para cada niñ@. Se hablaba en los documentos fundacionales de ofrecer un lugar y un tiempo para que la estructuración del psiquismo, aún sin anudar en ese tiempo que es la infancia, pudiera rectificarse, y así ofrecerle la posibilidad a cada niñ@, uno por uno, de encontrar un lugar “más digno” en el mundo. Es decir, el equipo de profesionales tenía una finalidad, ofrecer la posibilidad a cada niñ@de rectificar la estructuración que estaba realizando, o, como decimos en la orientación lacaniana, rectificar al Otro que lo habitaba, el Otro “malvado”, “perseguidor” y/o ofrecer las condiciones para el nacimiento del Otro.
Era un tiempo en el que se ofecía un lugar y un tiempo con unos adultos determinados, para que los niñ@s pudieran” salir” de una experiencia del mundo como un amena constante, donde cualquiera, niñ@ y/o adulto podía encannar para el/ella una figura amenazante/malvada de la cual se defendía a través de sus síntomas, conducta en muchos casos violentas.
Para otros niñ@s el Otro no era siquiera una posibilidad, el mundo entero era una vivencia de amenaza.
Entonces, el centro se creó desde una lectura de la infancia leyendo ésta como un tiempo para la construcción de la estructura del psiquismo, de su subjetividad, y el programa estaba contemplado como un lugar y un tiempo específico, con un atmósfera tranquila, no saturada de demandas, ofreciendo condiciones de continuidad y permanencia en un entorno donde la demanda quedaba prácticamente “anulada”. Cada niñ@ tenía un espacio y un tiempo para “reinventarse”, modificando sus maneras de hacer con esas vivencias amenazantes, intrusivas, figuras de lo insoportable del vínculo para ell@s. Las conductas disruptivas, desadaptadas, agitadas, de movimientos sin fin, etc. Que se observaban eran leídas como maneras de defenderse de la hostilidad del mundo para ell@s. En los diagnósticos se incluía esta no similitud entre el mundo adulto y el mundo de la infancia y la adolescencia.
Los miembros de los equipos nos reuníamos para hacer hipótesis, más allá, del nombre del diagnóstico, niñ@ por niñ@, porque la misma manifestación no tenía porqué ser leída desde la generalización. La clínica psicodinámica que hace a lo singular de cada ser humano, estaba en el centro del trabajo terapéutico-educativo, y así podíamos preguntarnos qué tipo de Otro habita para a este chic@… es un perseguidor, un malvado, hay una amenaza generalizada y una posición de defensa que decía de un rechazo masivo al Otro, o, que no se incluye en el Otro? ¿El vínculo estaba realmente dañado? ¿Había vínculo?, etc. Estas cuestiones eran elaboradas más allá de la etiqueta diagnóstica, es decir, desde el diagnóstico clínico de estructura.
Se leía el diagnóstico desde la singularidad de cada chic@ y, desde ello, se diseñaban las alternativas terapéuticas, cada quien la suya.
El abordaje del tratamiento incluía lo que se denomina “trabajo en Red”, construyendo el caso cada interviniente desde su función. La clínica tenía su lugar, un lugar para leer la estructura, sus límites y posibilidades, nunca confundida ni con el ámbito educativo, ni con el ámbito social.
Puede parece que estoy hablando desde una cierta añoranza, no quisiera. Los tiempos van cambiando, y es necesario conocer la época en la que habitamos, sus nuevos paradigmas y las consecuencias para la vida humana.
También en el ámbito del psicoanálisis estamos en otro momento, decimos “el Otro no existe”; creo que hay otro encuentro donde se va a abordar este tema en concreto y no me detengo hoy para seguir desde el uso del diagnóstico hoy, en la infancia y adolescencia.
Lo que quisiera destacar es el cambio de paradigma en relación a los diagnósticos en la infancia que ha acontecido. De lo que comenzó siendo una lectura estructural de la construcción del psiquismo se ha pasado a una tesis “neuronal” de las dificultades del desarrollo, excluyendo, incluso, rechazando toda subjetividad al respecto. Los síntomas han perdido su lectura clínico-estructural, en el sentido psicoanalítico. Lo que ahora prevalece es la tesis neuronal y el cerebro se ha convertido en el señor y amo fisiológico de toda manifestación de conducta, tanto del niño, como del adolescente, adulto y viejo. Lo psíquico ha devenido “neuro”.
Hoy asistimos a la clasificación de los diagnósticos del “neurodesarrollo”, entre ellos los TEA. La orientación de los tratamiento “rechaza” la causalidad psíquica a favor de la tesis neuronal. La adhesión a las promesas de esta tesis organicista sigue aumentando a pesar de que los estudios científicos no la han podido verificar.
Los recursos terapéuticos y educativos que se ofrecen así a los niños los reducen a objetos, dado que es el cerebro, las conexiones neuronales las que estarían en la base de sus dificultades, quedando abolida la subjetividad.
Las intervenciones que he venido observando en los últimos años, cada vez con más frecuencia, son una deriva del campo de la clínica estructural al ámbito de lo social o al ámbito educativo.
Se crean regularmente nuevas categorías de diagnóstico a partir de ciertos rasgos, ciertos comportamientos o ciertas tendencias sociales, creándose equipos de diagnóstico diferencial que toman el lugar de expertos que garantizan su evaluación y la oferta de tratamientos neuro-psicológicos, neuro-pedagógicos, neuro-…
¿Cómo hacer para que estos diagnósticos que cada vez hacen más hincapié en la tesis neuronal puedan dar un lugar a cada niñ@, con él/ella y no “sobre” él/ella?.
¿Qué usos del diagnóstico para las infancias y adolescencias de hoy?
María Verdejo, analista Practicante, miembro de la ELP, AMP.
*Trabajo para el Espacio Psicoanálisis y Salud Mental. Es desde este nombre nuevo que adopta el programa que me ha surgido la posibilidad de conversar con vosotros.