¿Qué hace un psicoanalista en una institución no psicoanalítica?
En la conversación en la que José Ignacio Ibáñez me invitó a intervenir me formuló sin ambages una pregunta ¿Qué hace un psicoanalista en una institución? Al hilo, me propuso que dijera algo acerca de la interpretación. Acepté de inmediato muy concernida. ¡Una pregunta al estilo de la canción de Burning! La movida madrileña de los 80… qué hace una chica como yo, en un sitio como este… Respondí: veré qué puedo hacer, qué articulación iré efectuando.
Comencé por plantearme que la pregunta es en sí misma una interpretación. Parte de no dar por sobreentendida la pertinencia de la presencia del psicoanalista en la institución. No está abierta a todos los sentidos1. Señala y toca el núcleo de la cuestión, ese horizonte deshabitado del ser, en dos vertientes: el lugar y el acto. Respecto al lugar no da por hecho que sea ese el hábitat “natural” del psicoanalista. Pero, ¿hay un hábitat, un lugar, que le sea “natural” al psicoanalista? Acaso, ¿hay institución que se haga garante de nuestro acto? La escuela misma, establece las garantías para la formación del analista, lo que difiere, de formarse en psicoanálisis. Podemos decir que la escuela, con sus dos dispositivos nos confronta con la imposibilidad de elevarse como garante de nuestro acto. El acto es sin el Otro. Sin un Otro que lo garantice y del cual cada sujeto es responsable. Lo que quiere decir que de su acto es él quien puede responder. No hay institución tutelar en este sentido. Sólo sabemos si hubo acto analítico, por los efectos, por cierta transmutación acaecida. Habitualmente, cuando esto se efectúa va acompañado por la sorpresa de eso nuevo que emergió ahí. Así, podemos comenzar por plantearnos que un psicoanalista es quien se sostiene en la ética de las consecuencias a partir de no soslayar, de no pasar por alto, ese principio fundamental en el que sujeto y posibilidad de responder, son, indisociables. Miller en el Curso Respuestas de lo real, dice: “Si hubiera una palabra clave para definir al sujeto, tendríamos que tomar dos palabras que se oponen, punto por punto, a las del ego y el self- no dominio, sino sujeción, no continuidad en aras de una completud, sino, discontinuidad”2 . Graficaré ésto con la práctica.* En el marco del Programa de Cooperación con la Atención Primaria (PCP) un médico de cabecera deriva una paciente por sintomatología depresiva y destaca en sus antecedentes que hacía varios años un familiar cercano se había suicidado. Podemos situar que el Médico de Atención Primaria supone que sabré hacer con ello. Es una suposición que tiene todo su valor y alcance, porque en realidad y por lo que es suposición, eso está por verse. Pero ese acto del médico ya conlleva una interpretación. Diré lo que hago habitualmente y siempre que el estado del paciente lo permita. Tanto el médico de cabecera como el paciente dan por hecho que ahí se encontrarán con un médico psiquiatra que dará respuesta al malestar del que se trate. Bien, este médico psiquiatra comienza siempre por presentarse y comentar en qué contexto le recibo (PCP), luego decirle lo que haremos allí. Le formularé unas preguntas para comenzar a orientarme en su caso y nos detendremos, fundamentalmente, en lo que le ha traído hasta esa consulta. Las preguntas son las pertinentes a una exploración, a la anamnesis y por lo tanto universales y diría que se articulan con lo esperado por el paciente en ese ámbito. Ahora, las respuestas no son universales. Mientras las preguntas y las respuestas se van articulando, podemos ver asomar en determinados puntos cierta angustia, ante un acontecimiento traumático de su historia, en ocasiones, la negación, etc. y se va particularizando el tempo de la visita, las coordenadas por donde es preciso que transcurra para alojar al sujeto. Las preguntas hacen su función de semblante siendo permeables a los índices donde lo real se insinúa. No son un fin en sí mismas. No se trata de cumplimentarlas pasando del sujeto. Muy por el contrario, se trata de maniobrar con ellas para alojarlo. Fueron tres encuentros. La paciente en cuestión sitúa en el suicidio del familiar el punto de inflexión en su vida. Por la deriva que tomó, al momento del primer encuentro la pregunta en juego era ¿estoy loca? Esta, dio paso a otra, esta vez, por su culpa respecto al pasaje al acto del familiar. Durante el segundo encuentro se sorprende recobrando un recuerdo. Se trata de un incidente – en el que queda claro que ella no tuvo ninguna participación- que puso de relieve la frágil sujeción a la vida de su ser querido, al quedar privado abruptamente, de lo que fue un arreglo que impedía que fuera aspirado por el agujero de la estructura. Se sorprende que hasta ese segundo encuentro y durante muchos años, ese recuerdo, había permanecido olvidado. A la tercera sesión refiere encontrarse notoriamente aliviada y en su decir, podemos leer que se trató de un recuerdo encubridor de otro acontecimiento, en el que se pone en juego la pregunta que da cuenta de su estructura subjetiva.
Podemos desde aquí declinar una respuesta desde el lugar del analista que sería a su vez la declinación del saber hacer ahí, ésto es: saber dejarse sorprender. Estar llamados a dar respuesta, no quiere decir responder a la literalidad de lo que se nos pide.
No hay lugar natural para el psicoanalista. Lo que hay son lugares otorgados por esos cuatro elementos que constituyen los cuatro discursos. Cuatro elementos, que articulados ciñen un lazo, recortando una modalidad de goce. El analista en tanto tal, es convocado allí, en tanto agente del discurso que le concierne, como objeto causa. Miller en el Curso El lugar y el lazo, dice que “Lacan espera definir el psicoanálisis completamente fuera de la Escuela, no mediante la casa y la comunidad sino mediante su discurso, el discurso analítico (…) Quiere definir el psicoanálisis mediante su lógica interna, instalarlo y establecerlo por medio de su estructura y no de su casa, sino, por medio de su real- lo que por cierto es algo más inquietante”3. Añado, … ¡y más interesante! Recordemos, la Escuela es refugio para el psicoanálisis, no para los psicoanalistas.
En singular: un analista
La pregunta tuvo efectos de interpretación que se traducen en una lectura renovada de la propia experiencia, de aquella a la que le he puesto y sigo poniendo el cuerpo, en instituciones de Salud Mental. Acaso, ¿la experiencia se puede hacer con otra cosa que no sea el cuerpo? Hoy pongo a disposición de ustedes algunas consideraciones.
Me vi llevada a buscar en el ordenador los textos que dan cuenta de la propia producción escrita, presentados en distintos espacios. Observé que se sitúan en dos ejes: la práctica clínica y los pilares de la Escuela, cartel y pase. He de decir que además ha habido un partenaire constante, las llamadas por la psiquiatría clásica, Presentaciones de enfermos. Asistí a la primera Presentación en torno a mis 21 años en el Hospital Borda. Aquel paciente verbalizó apacible, neologismos a raudales. No comprendí nada, a mi pesar. No salí indemne. Quedé prendada de lo que se aprehende en acto. A aquel hombre, con su Finnegans wick porteño, le debo la incomodidad que me produce a propósito de los tiempos lógicos de Lacan, llamar al tiempo de elaboración, tiempo de comprender. En el Seminario III y a propósito de Jasper hace objeción al hecho de comprender poniéndonos en la perspectiva de que se trata de entender la lógica de cada caso.
El nombre de las presentaciones de enfermos ha mutado a Presentaciones clínicas y desde hace un par de años, en tanto responsable de ese espacio desde la institución de SM, propuse llamarlas Testimonios clínicos. Me ví sorprendida por la buena acogida por parte de mis compañeros de esta nueva forma de nombrar ese espacio, ese dispositivo. ¿Efectos de interpretación? Incluso, alguien me comentó que designa mejor, de lo que se trata. Podemos preguntarnos, ¿de qué se trata? Como saben, las Presentaciones de enfermos de la psiquiatría clásica, transcurrían al modo de una disección en público de la realidad psíquica del paciente para asegurar su sapiencia, su prestigio, la del psiquiatra, ratificando sus conocimientos. La torsión ética que introduce Lacan, consiste, ni más ni menos, en darle la palabra al paciente, sosteniendo una conversación con él, interesándose en los impasses de su existencia, en las cosas que experimenta en su cuerpo, con los otros, en su relación a la vida, al lenguaje, a sus verdades y sus posibles invenciones. Es un dispositivo que en acto hace sentir de qué tenemos que ocuparnos. No dudé, cuando encontré la ocasión, en proponerlo y sostenerlo. Espacio que con otros, sostengo desde hace más de dos décadas. Se trata de dar la palabra al sujeto psicótico para que testimonie del modo singular en el que ha sido parasitado por el lenguaje, en una entrevista de excepción, con un psicoanalista.
Antes de continuar y acerca de los psiquiatras clásicos, Maleval, en la Lógica del delirio, advierte que la semiología psiquiátrica siempre identificó en el campo de la locura la diferencia entre el onirismo y el parasitismo del significante. Vieron algo real allí aunque lo teorizaran de un modo distinto.
Se preguntaron ¿en nuestro campo qué palabra emerge autorizada en ese sentido, en esa dirección, como testimonio de lo singular de una experiencia? Bueno, más que preguntármelo, me lo encontré. La del psicótico. No todos. Y, la del AE.
Lacan en la Proposición del 9 octubre del 67 sobre el psicoanalista de la escuela, dice: …”es en el horizonte mismo del psicoanálisis en extensión donde se anuda el círculo interior, que trazamos como hiancia del psicoanálisis en intensión”4.
Este anudamiento ha tenido para mí, en cierto sentido, estatuto de postulado. Según la RAE un postulado es una proposición cuya verdad se admite sin pruebas para servir de base en ulteriores razonamientos. He de decir que nunca me vi llevada a interpelar la admisión de esa verdad, del anudamiento, entre intensión y extensión. Entiendo que no se trata de un binarismo, ni de perspectivas que funcionan en oposición ni en una relación de exclusión, una de la otra. Sería un prejuicio bastante burdo considerar que el uso que un practicante hace de la palabra, de su acto, goza de ciertas licencias en el marco de una institución y que en su despacho, el analista, quedaría al resguardo de esas licencias. Es burdo. No, imposible.
Lacan en el mismo texto en el que propone el Pase no se ahorra esfuerzos en situar ese anudamiento en una relación de extimidad. Es decir, lo que hay de exterior en lo más íntimo de la experiencia analítica. Ahora, ¿cómo se va tejiendo, precisando, esa relación de extimidad? A la luz de lo que intento articular, lo diré así: ante todo, no ahorrándonos la aventura, el recorrido, de nuestra propia experiencia analítica. Es interesante la investigación de Osvaldo Delgado sobre lo que plantea Freud en Análisis terminable e interminable (Cap. VII) acerca de la aptitud de psicoanalista5. Freud se pregunta: “Pero, ¿dónde y cómo adquirirá el pobre diablo las aptitudes ideales que ha de necesitar en su profesión?” O.D. a partir del término castellano aptitud, encuentra que Freud, en el original alemán, utiliza dos términos. 1- Eignung/convicción: (eignung que se traduce como idoneidad, disposición, dotes) En tanto analizante adquiere la convicción en la existencia del INC. Pero, es necesario algo más. 2- Tauglich (capaz o hábil para realizar algo, saber hacer algo) como modo de adquirir la aptitud de psicoanalista, implica una transmutación pulsional. Y, plantea que cuando se aproxima a la castración materna, con Lacan a la falta en el Otro, emergen lo que Freud llama defensas y Lacan fantasma. Si eso no se atraviesa, entonces, intervendremos desde nuestro fantasma y eso es sugestión. Eso no posibilita que se constituya en el desecho de la susodicha humanidad, que se ubique en el lugar de objeto causa. Los restos sintomáticos obedecen al trauma, lo que quedó afectado por la represión primaria. Y la virtud que tienen es darle el estilo a ese psicoanalista, estilo que son sus flechas de cupido. Ese imán que hace a la esencia de las transferencias que genera cada uno.
Una confidencia. Hay un precursor pre analítico para mí, que sitúo en el encuentro casual en la infancia con una revista al estilo Hola dejada por mi padre abierta en una página en la que había un texto resaltado, para destacarlo como subversivo, a modo de advertencia a la población. Eran tiempos de dictadura. Al leerlo, me pregunté: pero, ¿qué es lo subversivo? Esto y una exclamación repetida por él ante actos incomprensibles: ¡La mente humana es un misterio!, me pusieron en una perspectiva respecto a la relación al saber que encontró albergue en la transferencia al psicoanálisis. Si hablamos de transferencia, hablamos fundamentalmente de amor, amor al saber, pero de un amor que no se sofoca en el saber precisamente por su relación de extimidad con el misterio, con lo insondable, con lo indescifrable. Donde el saber, se encuentra con lo imposible de ser sabido y abre paso a la invención, diré, con lo que hay, con lo que nos encontramos.
En las instituciones, ¿con qué nos encontramos?
En primera instancia con lo que nos señala Lacan en el Seminario XVII, El reverso del psicoanálisis, en el cap. I establecido por Miller bajo el título Producción de los cuatro discursos6. Lacan señala que los lugares pre interpretan. Es decir, nos dan la idea de las condiciones de posibilidad, de lo que es posible hacer y decir. Por lo tanto cuando inscribimos nuestra práctica en una institución pública, no podemos dejar de considerar el contexto en el que lo hacemos. Y, en un movimiento siempre inacabado. O sea, preguntarnos a la satisfacción de a qué demanda responde esa institución y a través de qué medios. Y, nos podemos encontrar situando porosidades a las cuales articular lo que hace de causa a nuestra práctica.
Durante un control una psiquiatra que está aproximándose al psicoanálisis me comentaba que en su servicio está sola, que sus colegas no manifiestan inquietudes por saber más allá de lo establecido. Al mismo tiempo, daba cuenta no solo de la creencia en el inconsciente, sino, de su interés por hacer progresar sus preguntas. Ahora bien, ¿se está solo si se cuenta con ese deseo que puja por dilucidarse, precisarse, que pone en movimiento?
Considero que no se trata de sugestionarse, de fascinarse con el horror que promueve la época, ni despotricar contra las instituciones. En ocasiones, por no decir con frecuencia, eso está al servicio de nuestra propia demanda. O sea, que la época y las instituciones, nos pongan fáciles las cosas, que nos faciliten navegar por lo simbólico … sin poner la libra de carne. Extremando en esa inversión de las cosas, podemos – sin saberlo- estar demandando a los sujetos que sean dóciles a la transferencia, a la asociación libre, a las interpretaciones y con ello alimentar cierta hostilidad, en nosotros, al psicoanálisis mismo. De ser así entiendo que sería una posición al servicio del discurso del amo, mínimo en su apetencia, ¡que las cosas marchen! y así, por más que nos llenemos la boca hablando de lo real para el psicoanálisis, mandarlo a paseo.
Pero, ¿es desde ahí desde donde somos convocados los concernidos por el discurso analítico? La creencia en el inconsciente es condición fundamental, pero no suficiente. Menos aún alcanza con declararla.
De la época de la que tanto hablamos, y desde la práctica, la vemos operar bajo el empuje a la desubjetivación, a partir de la disyunción de los cuatro elementos de los discursos bajo la maquinaria del “discurso” capitalista. Ahí tenemos toda una vía de investigación en un arco que va desde Las neurosis actuales de Freud y la última enseñanza de Lacan.
De la angustia al enigma
Al inicio de la residencia en psiquiatría en un hospital psiquiátrico me adjudicaron cinco casos de pacientes psiquiátricos subagudos y veinte de los llamados crónicos. Creer que debía dar respuesta a todo suscitó mi angustia. Me dirigí a la instructora, le pregunté: ¿Con esto cómo se hace? Su contestación fue: intentar dar respuesta a al menos uno. El efecto de alivio me dejó en mejor disposición respecto a la clínica.
Entre los casos mencionados, una mujer ingresada contra su voluntad para la cual el hospital era una cárcel y mi lugar en la transferencia, el de una carcelera. Entorno a los seis meses de ingreso comenta que otra paciente que atendía y que estaba próxima a irse de alta, me había elogiado. A partir de aquí comienza a historizar y emergen voces diferentes, voces buenas que la defienden de las malas; con efectos de estabilización. Mi lugar en la transferencia se conmovió, pasó a ser el de otra voz, ahora sí diferente y con ello se inauguró la ocasión de intervenir profiriendo una función de límite al goce del Otro.
¡¿La contingencia en la clínica?! ¡Bienvenida ironía para la angustia de la practicante!
Aquel inicio, hace más de tres décadas, inauguró el camino para que la angustia encontrara su modulación. Demandé análisis e inicié el control de la práctica y la formación en psicoanálisis iniciada previamente, se puso en la vertiente de la formación del analista.
¿Cómo hablarles, cómo dirigirme a aquellos sujetos invadidos por un goce desregulado, a los que ofrecía mi escucha? ¿Cómo incidir con lo simbólico en lo real dado que no todo simbólico produce un apaciguamiento?
La práctica clínica con casos graves pone esto en primer plano. No consiente y con contundencia, al adormecimiento, si un sujeto admite dejarse afectar por ella sin retroceder. Ha sido esta elección la que posibilitó que la tan preconizada inercia institucional no me afectara.
A propósito, el relato de un caso* Un sujeto que recibí y atendí durante su ingreso tras interrumpir un intento autolítico. Lo realizó siguiendo el empuje de las alucinaciones verbales, que le incitaban a suicidarse para reunirse con sus seres queridos. Decía que se había quedado sólo en éste mundo y no tenía sentido permanecer en él. Las alucinaciones verbales, se valían de la voz de un familiar fallecido. Se trataba de propiciar el pasaje de objeto de desecho a merced del goce del Otro al estatuto de sujeto digno. Para apuntalar al sujeto fue necesario garantizarle que no se le otorgaría el alta de internamiento hasta que su situación, en su conjunto, no estuviera reconducida. La institución se apuntó con él en un trabajo de “restauración”. Nos hicimos merecedores de su confianza, lo que tuvo como efecto un menos de credibilidad a lo que las voces le decían.
Durante los tres años que duró su ingreso, dio cuenta, entre otras cuestiones, del pasaje del murmullo a alucinaciones verbales imperativas. Las voces fueron siendo cada vez más esporádicas. Similar contenido pasó a formar parte de una pesadilla que se repetía: era empujado a las vías del tren. Estas cedieron a partir de un sueño en el que él retiraba su brazo para no ser arrojado. Comenté: un sueño distinto que vehiculiza una decisión… En otras ocasiones le había dicho que podía elegir orientarse por algo distinto de lo que dijera la voz. Las intervenciones apuntaban en ésta dirección. Por ejemplo: Pero, ¿usted se va a orientar por lo que dice la voz?, porque, hay otras cosas por las que orientarse…
Arribado el momento en el que había alcanzado un apaciguamiento significativo y sostenido, comenta haber escuchado la voz de un familiar -siempre era el mismo- que le incitaba a tirarse a las vías del tren. Intervine diciéndole: que escuche la voz de dicho familiar no quiere decir que sea él quien le hable. La intervención nos sorprende a ambos. Había interpretado y sabemos que esto es asunto delicado en la psicosis.
En otra ocasión, comenta que volvió a escuchar la voz diciendo lo mismo. Le pregunto qué piensa de ello. Responde con una ironía: ¡mejor me tiro a la taquillera!
La interpretación había introducido una distancia entre el familiar y la voz superyoica de esa persona. Seguramente esta distancia es la que posteriormente le permite, aún escuchando la voz, hacer uso de la ironía con el significante “tirar”, que pasa de señalar la muerte a conducirlo al goce sexual.
Del horror, al uso de la ironía, pasando por una interpretación. ¡Vaya sorpresas que da la clínica!
La elección de la práctica clínica con casos graves y una suerte de facilidad para ir sabiendo hacer con ello, se tornó enigmático para mí. ¿Qué animaba eso? Un deseo. Poner un cierto límite en lo ilimitado que posibilitara el acceso a otra cosa distinta a la mortificación de la locura.
Concluyo:
- Como nos advierte Freud y para dejar resonando: cuídense de levantar un síntoma si no tienen algo mejor que ofrecer.
- Con Lacan y del título mismo del escrito Cuestiones preliminares a todo tratamiento posible de las psicosis. Podemos pensar que siempre se trata de un tratamiento posible y que lo preliminar, cada vez, es saber de qué tenemos que ocuparnos.
- Lo anterior lo podemos extrapolar a nuestra relación con los colegas, con la institución, lazos para los que considero que es preciso tener en cuenta que el psicoanálisis también es segregativo, por el simple hecho que no todos lo eligen. Considero que esto nos debe conducir a la humildad y al respeto por lo que cada uno soporta en su uso de la herejía, de lo que elige. Respeto inherente al psicoanálisis mismo y que puede posibilitar la conversación con otros, atravesados o no, por el discurso psicoanalítico.
- Tenemos la responsabilidad de saber de qué manera nos hacemos embajadores de ese discurso por el cual nos declaramos atravesados, afectados. Esa tensión entre lo instituido y lo que es posible apostar por instituir. Es decir, encarnar el semblante sobre esa hiancia en la que un sujeto pueda ser alojado, en su singularidad.
En fin, algunas consideraciones a partir de poner la carne al asador, aspirando a aproximarnos al hueso.
A aquella niña tomada por el miedo en una atmósfera de horror en la que se recupera como sujeto preguntándose ¿qué es lo subversivo?, le respondería, es esto, lo que hoy estamos haciendo aquí, bordear el misterio de ser seres hablantes y desde ahí, dignificar nuestra práctica.
¡¡¡Muchas gracias!!! Un agradecimiento especial a José Ignacio Ibañez y a Elena Usobiaga.
*Nota: Para la publicación y a los fines de preservar la confidencialidad, de los casos clínicos, sólo se exponen algunas de las enseñanzas que de ellos se desprenden.
Bilbao, 3 de octubre 2024
Graciela Elosegui. AP, miembro de la AMP y de la ELP.
Notas:
- Lacan, Jacques. El seminario Libro XI Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 1987. ↑
- Miller, J-A. Respuestas de lo real. Paidós, Buenos Aires, 2024, p. 392. ↑
- Miller, J-A. El lugar y el lazo. Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 47. ↑
- Lacan, Jacques. Otros escritos. Proposición del 9 octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela. Paidos, Buenos Aires, 2012. ↑
- Delgado, Osvaldo. La aptitud de psicoanalista. Grama, Buenos Aires, 2018. ↑
- Lacan, Jacques. El Seminario Libro XVII El reverso del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2008, Cap I. ↑